viernes, 25 de diciembre de 2020

Ruta de evacuación

Hace mucho Everardo olvidó cuándo llegó o cuánto lleva aquí.

Relojes digitales, de arena, de péndulo, de sol, de bolsillo, de pared, con batería de litio y con paneles solares, protectores de pantallas táctiles, esquinas inferiores derechas en monitores de computadoras, noticieros, locutores y grabaciones automáticas en líneas telefónicas. Siempre indican cinco para la hora. Everardo está a punto de enloquecer, y el tiempo no se mueve.

Series de luces, coronas, esferas, globos, velas, figuras de cerámica y de tela, animatrónicos, musgo y nieve artificial por doquier.

Carteles, volantes y spots de productos y promociones:

En la compra de los protozoarios que inocentemente generaron toda la vida en la Tierra, ¡llévate de regalo la cúspide sutil para la patética tecnología humana!

Villancicos, todo el tiempo.

I got you, babe

¿… esto es una venta nocturna?

En ocasiones Everardo cree topar el centro de la plaza comercial, pero el paso del inconmensurable tiempo lo hace dudar que pueda hallarse un centro, o que exista. Y eso es todo. Sin mejores referencias, el enorme pino decorado no ofrece respuestas ni hace más sentido que cualquier otra cosa en el mall.

Everardo hubiera preferido no entrar. Odia el gentío, las prisas y los precios. Cuanto le interesa y desea ya fue inventado. Allí debió detenerse la creatividad del humano, pero siguió. En algún punto la gente pasó a ser tan boba que el publicista llegó a conocerte mejor de lo que alguna vez te conocerás. Podrá convencer sobre qué necesitas, pero Everardo se volvió inmune al dejar de preocuparse por comprender la mayoría de lo que se vende ahora.

Los rostros sonrientes que pasan cambian todo el tiempo. Everardo solo recuerda el de la guardia de seguridad. Marcial, erguida, las manos hacia atrás, el cabello atado y oculto bajo el gorro. Tan amable y feliz como los clientes, la distingue su intento por ser útil. Al principio él cree ciegamente en las indicaciones que da para llegar hasta la salida más cercana. ¿Cómo no hacerlo? Pese a los comentarios sin fundamento por parte de jóvenes en internet, la confianza depositada sobre los guardianes del orden sustenta el pegamento social.

“El final del pasillo y a la izquierda…”. “Hay que subir las escaleras eléctricas y a la derecha…”. “Tome el ascensor hasta el subsubsuelo…”. “Donde veas un puesto de anguilas luminosas junto a la alberca de olas…”. “Hacia el spa y hasta olvidar que es de noche…”. “Abordar la montaña rusa y entonces…”.

Everardo sigue al pie de la letra una dirección diferente cada que encuentra a la guardia en un punto distinto del mall. Va, vuelve sobre sus pasos, aparece en otra parte, se pierde, y casi olvida que busca la salida.

Una vez falla toda combinación posible de indicaciones hacia izquierda, derecha, arriba y abajo, Everardo camina quién sabe cuánto, tratando de alcanzar el final de una línea recta, sin tocar jamás el horizonte de un esferoide achatado. Intenta llegar hasta el último piso, pero solo sube y sube y se desmaya por falta de oxígeno. Baja y baja. A Canary Mine siguen otros clubes nocturnos abiertos las veinticuatro horas, cada uno más excitante que el anterior. Se une a los transeúntes del lado derecho, luego al flujo contrario en el lado izquierdo. Gente buena, plena y contenta recorre eternamente los pasillos de los incontables niveles, ansiando cuanto se extiende más allá de hasta donde alcanza la vista, pero Everardo pasa frente a los locales sin siquiera encontrar señalamientos charlatanes para rutas de emergencia.

–¿Dónde está su Jefatura?

–Regrese por donde vino. Verá los autos de lujo. Siga y entre al estudio de grabación, prepare la producción para un álbum navideño desde julio, pase al hostal, y por el tubo de bomberos hacia el último piso de los departamentos.

–… ah… o… ¿un Centro de Atención?

–¡Desde luego! Por este pasillo, en el taller chopper, a mano derecha de los estudios de tatuaje, hasta los sanitarios no binarios. Tres estaciones en monorriel, llega a la zona de Casa y Hogar. Allí pregunte a cualquier guardia.

–… a… já… ocurre que, como quizá usted ya ha notado, me cuento entre los miembros de la, así llamada, tercera edad, y desde hace tiempo suelo requerir asistencia para realizar algunas actividades. ¿Qué le parece si me lleva hasta ese Centro de Atención?

–Ocurre que justo ahora me encuentro en servicio. Lo mejor es que no deje mi puesto. En cualquier momento podría requerirse mi ayuda para atender una emergencia, ¿no cree?

–… este… claro… y usted podría considerar una emergencia algo como… digamos… no sé, por ejemplo… ¡que alguien tuviera problemas para salir de esta pinche plaza?

–¡Ah, pues claro! Algo como eso, por ejemplo.

–…

–De cualquier modo, siga mis indicaciones. En verdad: no hay pierde.

–… gracias…

Mientras Everardo espera en silencio a su lado, la guardia le sonríe de vez en cuando, sin moverse o hablar, luego él se esconde, con la esperanza de que, sin darse cuenta, ella lo guíe hasta donde hay otros guardias. Un pequeño conglomerado la bloquea de su vista durante un instante y desaparece. O quizá Everardo se mueve sin notarlo, porque ahora un helado doble de vainilla se derrite por el barquillo y hasta su mano.

Un anciano extasiado con electrodos simbiontes en las sienes eleva un dron hasta que desaparece entre los pisos superiores, ignorando la pregunta de Everardo. Los demás clientes desconocen el concepto ‘salida’. Algunos no lo entienden, otros no desean comprenderlo, y el resto jamás querría encontrar una.

Everardo halla todo tipo de cuartos de hotel. Se tiende sobre bancas más o menos cómodas entre sí. Muchos lo ven acurrucado en sofás mullidos sin que le incomode la tarjeta laminada que da a conocer el modelo. Se arroja hacia todos los colchones en exhibición que puede, ignorando las tímidas sugerencias por parte de los dependientes que usan gorro de Santa. La última vez que cree sentir un atisbo de cansancio, sin aviso vuelve a rebosar con frustrante energía y lucidez en medio de una pista, bajo una esfera de espejos, casi con ganas de bailar Earth Wind & Fire, olvidando su teoría de que todo esto es un sueño del cual puede despertar si consigue dormir un poco.

En apariencia Everardo empieza a seguir una clienta con nada especial. Cuando la niña que lleva de la mano se canse, tendrán que irse, y lo guiarán hasta el estacionamiento. Pese a sus intentos por pasar desapercibido durante horas, madre e hija permanecen felices al voltear para saludarlo antes de continuar, sin alterar ruta o ritmo. La pequeña no protesta ni pierde el ánimo despidiéndose en brazos del encargado de una guardería, mientras la mujer se aleja, olvidando que alguna vez tuvo hija.

Everardo… ¿alguna vez tuvo hijos?

La facilidad con que despega el Electra 10 no sorprende a Everardo tanto como que salir volando parece ser la clave. Sentado frente al tablero de control, espera que lo que escucha sea el avión explotando aún en la tropósfera, pero abre los ojos en el pabellón al aire libre del centro comercial, rodeado por entusiastas de la exposición ‘Tregua de Navidad’, mientras el estallido de fuegos artificiales opaca la infinidad de estrellas.

Para descubrir qué tiene en común con los consumidores, Everardo escucha los secretos e historias que le revelan sin tapujos.

–El único depósito que nunca halló el FBI debe seguir en Papúa Nueva Guinea.

–Ahora sé que la obsesión que el abuelo tenía con el crecimiento de mis senos fue algo bueno.

–Dejé al menos un bastardo en Pyramiden.

–Descubrí fascinante el aroma de las zarigüeyas catatónicas justo cuando la compañía se interesó por mi tesis doctoral.

–Jamás creí que el Yukón pudiera ser tan romántico.

–Pero ¿quién no ha querido descubrir a qué sabe el globo ocular de un vietnamita?

–… y hay más maricas que mineros en Nega Nega…

–… mejor no mencionar Villa Stevens enfrente de su instructora de yoga…

El volumen de Mijares desciende un instante a través de las bocinas. Ameniza cuando la deformada, mecánica y alegre voz de Dios llena la infinidad. Todos ignoran el inútil anuncio que Everardo encargó:

Atención, compradores: les informamos que un septuagenario desesperado desea salir del mall.

Una chica escupe el café más costoso e insípido en el mundo y remeda con sarcasmo: “Compradores”. Quieren convencernos de que estamos a merced de oferta y demanda cuando los recursos en el mundo son invaluables por naturaleza.

Apoyado en una columna, bajo el letrero “No fumar”, un fumador de crack diserta: Capitalismo o comunismo. ¿Cuál anhela en secreto la utopía del consumo?

Everardo pregunta desinteresado: ¿… que es…?   

Aspira hondo del gotero y responde: Dar nada y tomar cuanto se quiera. Obvio.

Everardo espera tener mejor suerte empatizando con alguno de los clientes menos animados, pero siempre prevalece la inherente banalidad humana.

La lógica, la razón y la cortesía pierden su oportunidad.

El puño de Everardo atraviesa una vitrina en la tienda de antigüedades, cerca del letrero cuya caligrafía impecable recomienda con modestia no apoyarse sobre el mostrador. Suena una alarma. La mano con trozos de cristal incrustados sujeta una automática de la Guerra Fría. Dispara al aire para comprobar que está cargada y que tiene la atención de todos. La mujer a su lado sigue riendo cuando le apresa el cuello con el brazo y le presiona la boca del cañón contra la sien.

–¡Traigan a la policía! ¡Ya! No… ¡no estoy jugando, pendejos!

Nervioso y aterrado ante el júbilo de su repentina audiencia, Everardo grita para al fin apretar el gatillo por primera vez en la vida. Un montón de personas a su alrededor en la sección de Vinos y licores aplaude cuando descorcha una botella de champagne.

Esta maravillosa prenda de vestir no solo es térmica, ¡también da masajes! Tenga, compruebe los benefi…

Antes que el gordo bajo y calvo le comparta emocionado lo que lleva puesto, Everardo lo hace caer, se pone sobre él y lo estrangula con la bufanda, luego pisa uno de sus extremos y tira del otro con ambas manos. Cada tirón levanta del suelo al hombrecito unos segundos. El tipo sonríe a los clientes que pasan mientras la cara se le pone roja, después morada, y al final negra.

–… pero… qué… ¡suave es…!

Everardo se sonroja, sus venas saltan, babea y suda cuando empieza a imitar la sonrisa del gordo. Tira de la bufanda con todas sus fuerzas. Cree oír el crujido fulminante en el cuello. Grita extasiado. El catártico descubrimiento de placer en el asesinato es el mismo cuando por fin libera el chorro en el mingitorio.

Everardo se harta de estar sentado sobre la rodilla de un Santa Claus que escucha sus quejas con buen humor. En vez de hallar el rostro colorado, risueño y barbiblanco, su puño enguantado tira una caricatura bastante parecida estampada en una placa acolchada, marcando solo 246 puntos en el tablero electrónico del juego en la Sala de Arcade.

Mientras se asoma para responder los saludos de los peatones que se mueven hacia ambos extremos en el pasillo, Everardo anhela lo peor para quienes desaparecen frente a él mientras avanza, luego vuelve a meterse en el tanque de guerra, se detiene, apunta el cañón a una zapatería y abre fuego. Al mirar hacia arriba, en lugar de la escotilla, su reflejo en el espejo del techo no lleva la ushanka con el emblema soviético invertido, sino que está arrodillado sobre una cama de agua, esperando que aquello dentro de lo cual eyacula no solo se limite a aparentar ser una hermosa joven.

¿Seguro no desea anestesia, señor Lorfot? No le haremos cargo extra.

Rápido, buey. Venga el fierro.

Antes que el metal al rojo vivo del vaquero le toque el pene, sentado ante un banana split, Everardo comprueba que el cierre de su pantalón está arriba.

Everardo espera no perder el equilibrio cuando pone ambos pies sobre la guirnalda enroscada en la baranda. Quince pisos hasta las baldosas en el suelo de la planta baja parecen suficientes. No está claro si es ansia de libertad o simple dramatismo lo que lo obliga a abrir los brazos al vacío, pero un calor reconfortante apaga la breve y exquisita brisa cuando se arroja. En la repentina copa de Martini que sostiene solo queda la aceituna cuando emerge del jacuzzi.

Como ningún plan para salir del centro comercial funciona, Everardo al fin se relaja. Muere, resucita, nace, traiciona, ama, es amado y olvidado, adolece, agoniza, se extasía. Inhala un coctel de cristal, sales para baño y sangre de virgen aria. Agota el Kama Sutra como hombre, mujer, hermafrodita, omnisexual, necrófilo, y avestruz. Aprende todo idioma que existirá, los perdidos, y los que solo fueron vislumbrados. Lee todo libro idolatrado o apenas imaginado. Descarta toda teoría política. Descubre la solución filosófica, aplicaciones médicas definitivas, y la clave cuántica para dominar la realidad. Entiende el críquet. Se pone en forma. Sin importar cuán extravagante resulta la moda que pretende imponer, siempre recupera los zapatos de piel nogal, el pantalón Yale caqui, la camisa de algodón a cuadros, los anteojos transparentes Aviador y el peinado de brillantina con el cual ingresó en el edificio.

Más conforme que pleno ante un smoothie, sentado en una incómoda silla de plástico atornillada al suelo del área de comida rápida, Everardo dialoga con un hombre, una mujer, y los comensales que no reparan al opinar sin contexto antes de seguir su camino de inmediato, olvidando qué dijeron.

Esto es el infierno.

Tengo un boleto para el estreno del live action de Hijo rojo. ¿Seguro que no estamos en el paraíso?

Este paroxismo de centro comercial solo puede ser un paraíso neoliberal.

¡Comunista!

Aquí está todo cuanto hubo, hay, y habrá.

Además de todo lo que sería.

Y todo aquello que jamás será.

Cuanto hayas pensado y jamás dirás en voz alta.

Ignoras que un punto en tu vida pudo ser el más catártico gracias a algún objeto que se encuentra aquí.

También desconoces la desesperación con la cual hubieras deseado hallar ese objeto durante dicho momento indicado.

El purgatorio.

El mundo real.

Una realidad virtual.

Un experimento social.

–¡Moral!

¡Una prueba divina!

¡Eres Dios!

Cuanto ocurre aquí lo creas tú.

¡Expía tus pecados!

¡Goza!

¡Un reality show! ¡Mata esa rubia para que muestren las cámaras escondidas!

Un capítulo de novela. Lo sentimos infinito y no podemos escapar porque su autor tiene un bloqueo creativo. ¡Rápido, que el protagonista descubra el sentido de su existencia para que la historia por fin avance!

El vaquero dijo “señor Lorfot” cuando estaba a punto de marcarme el pito con su hierro. Tenía rato que no lo escuchaba. Antes lo oía siempre. Ora nomás cuando llaman a casa o a mi celular para ofrecerme extensiones para tarjetas de crédito y cosas así. Tiempo después que me obligaron a jubilarme me quedé sin gente que me llamara “señor Lorfot”. Seguro en su momento no supe cuánto me gustaba, en el fondo, cómo siempre decían señor Lorfot esto y lo otro. La mayoría eran subalternos o clientes. A lo mejor fue tonto sentirme importante por cómo debían respetarme y aprenderse bien mi nombre porque necesitaban algo de mí. Ya después nomás puro Everardo. Siempre Everardo. Ni siquiera Lalo, porque ya no soy un niño ni tengo amigos... No, ¿saben qué? Mejor Lalo no. Lalo Lorfot no. Por si acaso, para que no me confundan con mi pendejo sobrino. Ni es mi sobrino. Es hijo de mi sobrina. Pinche vago, pacheco, mantenido y huevón. Disque se cree poeta y ahora resulta que a cada rato le dan alas. “¿Lorfot? ¿No es ese el escritor? Sí, creo, ¿no? el de la serie esta, ¿cómo se llama?… Las venas del camino se llama, ¿no? ¡Ah, cómo de que no? ¡Si es el mismo! ¿No ha visto la serie? Está en Nesflis. Dicen que está buena. Si hasta pensé que eran parientes. Ya le iba a pedir que me consiguiera el autógrafo de su hijo… o el backstage con Elvira Zamudio, ¿eh, eh? ¿quiubo? ¡Ah, no se crea, no se crea, don, no es cierto…!” En cualquier ventanilla me preguntan el nombre completo para anotarlo. Lorfot… Higuera… Everardo… Antonio. A ver, déjeme checar. Siempre los corrijo. No, señorita, así no se escribe ‘Lorfot’. ¿Por qué no me avisó antes que le dijera todos mis otros nombres en balde, señorita? Lo deletreo. L-O-R-F-O-T. Lorfot. No, señorita (vieja pendeja…). No es ‘Ford’… ‘Fot’. Con ‘t’, no con ‘d’, señorita. No, como los carros no. ‘Fot’, señorita. ¡‘Lorfot’, chingadamadre…! La placa tan bonita que mandaron hacer para mi celebración por hacerme Director de Área Logística estaba bien escrita. Decía “Lic. Everardo Lorfot”. Así decía. Cuando estaba matando tiempo solo en la oficina, de pronto cerraba los ojos, tocaba la plaquita en mi escritorio y juraba que, si un día me quedaba ciego, reconocería mi nombre en cualquier lado nomás pasando los dedos sobre su relieve… que, literal, podía sentir mi nombre… Licenciado Everardo Lorfot… Everardo. Siempre Everardo. Siempre Everardo Lorfot. Everardo por siempre. For ever. Everardo. Everado Lorfot forever. Forever and ever. Everardo. Everado Lofo evr ar fot ever ar ever ar lost fo ever and for ever and ever and ever and ever and ever lost for ever and ever

Seguro de estar perdido para siempre, Everardo pasa de relajarse a creer que podría divertirse.

La sala de cine presenta toda película proyectada desde que sombras y fuego jugaron sobre cavernas, cada obra de quien en algún momento fue considerado un gran director, y las destruidas antes que se vieran sus versiones definitivas. Están en cartelera la tesis de Morrison, Náufrago, La terminal y El Expreso Polar en permanencia voluntaria, y la fracción del banco de datos en la Unidad Espíritu Indulgente que registró los últimos y desesperados segundos previos a la aniquilación de la humanidad. Las categorías hasta entonces desconocidas por Everardo en el catálogo pornográfico resultaron… interesantes…

Tiene rato que la película empezó cuando Everardo toma asiento en medio de la sala.

¡El Turbo activado!

¡Ja! Eso me recuerda que aún no sé qué regalar.

¿A quién?

Everardo no esperaba que la guardia de seguridad se sentara a su lado, pero tampoco está sorprendido porque le ofrece un sorbo de su bebida, o porque son los únicos allí.

¿Quién? Pues…

¿No lo sabe?

Antes sabía. De eso estoy seguro.

–Everardo, ¿alguna vez tuvo hijos?

–¿Hijos?

Sí.

–… una vez… creo…

¿Una hija, quizá?

… sí… quizá. Sí. Tengo una hija. Solo vine por su regalo… para que me perdone.

¿Cree que lo haga?

Nunca.

Pero lo intentará igual, ¿verdad?

Everardo se encoge de hombros.

–Mientras no haya modo de desacreditar cualquier posibilidad.

La esperanza no hace daño, señor Lorfot –al tratar de retacarse, algunas palomitas de maíz escapan de la boca de la guardia–. Y es mejor perder que rendirse.

Pero ha pasado tanto tiempo.

–Sí, incluso antes de que entraras en el mall.

Everardo no puede evitar el sarcasmo.

–Pues espero que la señorita sepa disculpar a este viejo. Tengo mala memoria y ella no me habla. Ojalá mi cuñada no mintiera cuando dijo que cumplió treinta hace unos meses. Por culpa de este sitio olvidé cosas.

Pero aprendió otras.

Pero volví a olvidarlas.

Pero las volvió a aprender.

–¡Pero olvidé cómo se ve mi hija ahora!

–¿No puede ver su perfil en Instagram?

Antes de hoy a veces tenía problemas hasta para encender mi computadora. Aun así, nada específico viene a mi mente.

Everardo espera que su hija aparezca entre las mujeres cuya belleza aun considera excepcional, mientras desfilan en la pantalla grande.

¿En verdad te habrías fugado con Irma Lozano?

De haber sabido manejar una motocicleta cuando me lo hubiera pedido créelo: no lo pensaba dos veces.

–¿Extrañas a tu primera esposa?

Tanto como quisiera olvidar a la última.

Y esa chica… ¿era mayor de edad?

–Por sorprendente que parezca, mirando de reojo en un vagón de Metro, ese detalle me pareció irrelevante.

–¿Sabes que muchos considerarían inapropiado haber imaginado a tu tía Magdalena de ese modo tantas veces?

–Sí, bueno… ¡Esta puta plaza cambia tanto durante este instante eterno que ya no estoy seguro si la había visitado antes de hoy!

–¿No la viste siquiera desde lejos alguna vez?

 Quizá, hace años, la última vez que pasé por esa avenida.

Pero atrapó tu atención mientras conducías esta noche.

Everardo sonríe.

Por suerte no me estrellé. La indecisión me llenó con pánico un segundo antes de tomar el desvío.

Siempre es más fácil arriesgarse mientras menos tiempo tienes para pensar.

Everardo concuerda con un gesto.

En serio hizo falta que me envalentonara. Jamás hubiera venido, pero quedó de camino. Iba a ser una parada rápida. No más de diez minutos. Entrar, salir y estar a tiempo para sorprenderla en la terminal de llegadas internacionales, justo a la medianoche, si tenía suerte Everardo habla con la verdad sin esperar respuesta o ayuda–. Solo por eso quisiera llegar hasta mi coche.

La guardia nunca fue considerada ante la desesperación de Everardo por hallar la salida. No tendría que actuar de otro modo ante su tranquilidad actual.

Es inusual que uno quiera ver la salida que siempre ha tenido enfrente. No es fácil y toma tiempo, pero, por supuesto, puede hallarse.

Everardo imita a la guardia mirando hacia enfrente justo cuando una nueva película inicia.

EL MALL PRODUCTIONS PRESENTA

SALIDA DE EMERGENCIA

ESTELARIZADA POR EVERARDO LORFOT

ACTUACIÓN ESPECIAL DE EVELYN AMAURI

Y LA VOZ DE DIOS

BASADO EN EL RELATO DE CARBAJAL

¿Quién es Carbajal?

La guardia se encoge de hombros.

–Imagino que un escritor de relatos. ¿Quién es Evelyn Amauri?

Everardo se encoge de hombros.

–Imagino que una actriz especial.

Iris in. En blanco y negro. No es mal enfoque, encuadre, iluminación o escenografía: el cuartucho es pequeño y desordenado.  La cortina corrida sobre la única ventana. El foco de luz proveniente de la lámpara sobre el escritorio se disuelve exponencialmente. A duras penas ilumina alrededor y ennegrece los rincones. La penumbra apenas deja ver el envidiable equipo de sonido que continúa reproduciendo a Armando Manzanero. La cama junto a la puerta del baño. Un gran cajón junto al viejo sillón algo descarapelado. Dentro de él siempre debe haber una botella de whiskey y un vaso. Sobre revistas, vinilos y videocasetes apilados con la indiferencia de un librero de viejo hay esporádicos barcos a escala y soldados de plomo pintados a mano. Los pocos cuadros en las paredes que sobrevivieron las mudanzas no revelan algo en concreto.

A Everardo no sorprende o emociona reconocer lo que ve en pantalla.

–Ah. Mi departamento.

¿Quisieras estar allá?

Everardo asiente y se encoge de hombros más indiferente que cansado.

Siendo honestos, se está a gusto allí.

Y aun así parece como si hubieras salido apresurado.

De último momento decidí recogerla en el aeropuerto.

–¿Habrá valido la pena?

La mujer que entra en el departamento debe tener treinta años. Es más hermosa que cualquiera que apareciera antes en pantalla. Está sorprendida y algo asustada porque la puerta no tiene seguro.

La guardia susurra.

–¿Evelyn Amauri?

Everardo asiente, tranquilo.

–En carne y hueso. Ora la gente usa el apellido materno nomás pa´ llevar la contraria, ¿a poco no?

La guardia lleva el índice hasta sus labios sin dejar de mirar al frente.

–¡Sh…!

La joven entra con cautela. La luz desde el escritorio supone la presencia de alguien a quien aún no ha visto.

–¿Lalo?

Mira alrededor durante menos de medio minuto. Si pudiera convencerse de ser la única allí se iría de inmediato, pero el rigor de asegurarse la obliga a recorrer el departamento. Pregunta un par de veces antes de llamar, cada vez más alto.

–Lalo…

Conforme halla interruptores ilumina una pequeña mesa de metal con dos sillas escuálidas enfrentadas, una estufa, una lavadora, un fregadero y una alacena. De último momento Evelyn Amauri evita apagar el estéreo. Su voz se vuelve más amena, casi preocupada.  

–¿Papá?

La mirada de Everardo pasa de la puerta del departamento abierta hacia su hija.

–Papá...

Comprueba que no está desmayado o muerto, ni en la cama ni en el baño. Revisa el smart, lo pone contra su oído, se va, y cierra la puerta. Cuanto dice mientras se aleja es ininteligible y no hay subtítulos.

¿No ibas a pasar por ella?

Everardo ríe.

Sí… creo que se me ocurrió cuando ya era un poco tarde.

Nunca es tarde, Everardo. De hecho estás justo a tiempo La guardia señala con el índice–. Doce en punto, según el radioreloj junto a la cama.

–¿Ah sí? Bueno: oficialmente es Navidad.

¿Ya pensaste qué regalarle?

Algo así. Más bien, ya sé qué decirle.

La satisfactoria sonrisa de la guardia es la de quien atestigua a alguien finalmente descubriendo algo evidente. Atraviesa la pantalla. Mientras cruza el miserable departamento, ella es lo único con color en la película. Abre la puerta que está al fondo. Lo que está al otro lado se parece menos al yeso blanco que compone la pared en el pasillo del tercer piso perteneciente al edificio donde vive Everardo y semeja más al blanco del infinito, de la nada, de la muerte, de dios o del ser.

Mientras la guardia sostiene la puerta con expectación, Everardo se detiene frente a la pantalla. En otro momento no hubiera titubeado ante cualquier oportunidad para recuperar el control de la existencia: interrumpir el silencio cuando y como quisiera, sin lidiar con gente, volver a ser feliz aunque fuera solo durante un breve instante. Siempre supo que saliendo del departamento solo podían esperar cosas peores. En otro momento lo hubiera amedrentado la posibilidad de que al otro lado de la puerta aguardara una trampa.

Everardo cruza la pantalla. Los colores en su habitación ahora son nítidos, mejor que el 4K, mejor que lo real. Nunca como ahora siente el descomunal paso del tiempo. Anhela mirar alrededor, tocar algo. La única película que quiere ver es la pantalla plana sobre el buró sintonizando el vacío azul. Quizá se arrepienta después pero atraviesa firme, casi veloz. Al menos se lleva el aroma familiar de papel y tinta en el sudoku del periódico resuelto a medias, y de medio cubano casi sin fumar a punto de apagarse en el cenicero de metal negro.

Everardo se detiene junto a la guardia. Ella pregunta con complicidad.

–¿Seguro no quieres quedarte?

Entre resignado, decidido y feliz Everardo responde.

–Solo quiero salir.

La guardia hace un gesto conforme. Quizá es la primera vez que alguien responde correctamente.

–Hasta luego. Buenas noches. Gracias por su visita.

Everardo cruza la puerta. Sabe que la guardia de seguridad y su departamento ya no están, pero igual voltea. Mira alrededor. No hay mall, música, personas, productos, o intentos de alegría. La blancura no es la de una pared, de la nada, de dios o de la muerte, sino de una ventisca.

Everardo hace visor con la mano. Trata de ver a través de la nevada imposible. Un auto. Camina otro poco. Otro auto. Más autos. Ahora el infinito es de autos cubiertos por escarcha.

Everardo resopla, se abraza y en vano se aferra a su inútil chamarra de delgado neopreno. No está seguro del ánimo que refleja el tono en su voz, que apenas percibe por encima del interminable lamento del viento.

Ahora… ¿dónde estacioné el coche?     

martes, 28 de julio de 2020

Dibujar un caballo decente. Sobre Caballo fantasma de Karina Sosa Castañeda

Manifiesto Quick Draw McGraw
¡Píntame un cordero!
El Principito

1.    Esta lectura abarca el tiempo que toma escuchar Wild Horses, Horse Latitudes, Dig a Pony, A Horse with No Name y The Four Horsemen.
2.    El juguete mecedor, la ilustración en un libro, el fragmento en una película, el palo de escoba con cabeza de tela rellena de algodón, el carrusel, el tragamonedas montable fuera del supermercado, el videojuego, y la pieza de ajedrez. Todos hemos estado cerca de un caballo.
3.    De perfil en un encuadre, con los músculos bajo el pelo del costado, es imposible que una escultura viva, hasta que relincha.
4.    Nunca he dibujado decentemente (eso incluye al caballo).
5.    No sé equitación.
6.    Nunca he tomado las riendas para trotar o galopar.
7.    El único caballo que monté recorrió una pequeña circunferencia en torno al caballerizo mientras sostuvo la rienda.
8.    Una mujer ama los perros porque los ha criado, y ama los caballos porque los conoce tan poco como yo. Creo cuando dice “el caballo no es más que un perro enorme”.
9.    Una chica ama los unicornios. Cualquier caballo es un ser mitológico que puede hallarse al escribir sobre lo desconocido.
10. A bordo de la literatura, la imaginación es ruta de escape a través de la ignorancia.
11. ¿Dónde se consigue una copia de El último unicornio de Peter S. Beagle?
12. Atractiva, evocadora, poderosa, galopando con la cabeza ladeada para mirar la cámara durante el atardecer, o con la vista certera, inclinada hacia adelante mientras salta el obstáculo. Ojalá esa señorita vuelva a jinetear.
13. La runa raidō quedó en mi camino.
14. El término inglés ride puede traducirse al español como ‘cabalgar’, ‘travesía’, o ‘abordar un vehículo (preferiblemente motorizado) hacia la carretera infinita, con la dulce ignorancia velando el destino’.
15. Salvo que formes parte de algún gremio ecuestre, raras veces hablas sobre caballos.
16. Es fácil opinar sin ser experto.
17. Aunque útil (a veces inevitable), saber conducir al caballo hacia lo literario suele ser problemático.
18. Mi caballo siempre será ficticio.
19. Durante tres segundos de una puesta en escena bastante buena proyectaron pornografía entre un caballo y una chica.
20. Chris Pontius bebió semen de caballo.
21. El alguacil no lleva más que botas y sombrero vaquero al declarar la justicia sexual: “jinete y montura son papeles rotativos”.
22. Mago y cristal es lo más parecido a una oda hacia los caballos por parte de Stephen King.
23. Los caballos son emblemáticos para la fantasía épica.
24. Se cabalga hacia la aventura a pelo de un purasangre castrado (de preferencia blanco) aferrado a su crin trenzada.
25. Seguiré acercándome al caballo con menos respeto y más temor a la patada tradicionalmente atribuida a una mula. 

Aquello que jamás conoceremos
What is it with chicks and horses, huh?
Spencer Garrett en George of the Jungle

 Aun sabiendo que Karina sería el primer (y hasta ahora único) miembro de mi generación universitaria en publicar una novela, es poco probable que yo hubiera hablado con ella nueve años atrás, antes que abandonara el grupo del cual formó parte durante un periodo breve.
Apenas el repartidor trajo Caballo fantasma, pá lo leyó durante semanas, mientras yo terminaba la lectura de ese momento. Soy lector lento. Terminé el libro en dos días, y mientras escribo esto, él aún no. No es una novela corta, como él afirma; más bien, está consolidada en cuanto a extensión y desarrollo.
Generar una obra memorable dentro de cualquier disciplina es un triunfo. He escrito y leído novelas cortas, y el término novella es agradable, pero la extensión y número de capítulos que componen un libro es irrelevante para determinar cuán evocadora es.
Informe Negro, la gran micronovela de Francisco Hinojosa, brinda una perspectiva hacia el auténtico microrrelato como una proeza que pocos economistas lingüísticos dominan (y son aún menos quienes la aprecian). Ante la difícil y aterradora amenaza de contar solo con las palabras exactas, la ruta de escape es explayar, sin importar que los elementos proporcionados por el autor –y que sobran– sean evidentes para el lector. La brevedad de Caballo fantasma solo es aparente, pues consolida la historia sin encasillarla genéricamente.
Caballo fantasma intima a través de un código personal proporcionado por cada lector. Kevin, Ka, Leonora y Maturin son nombres que conducen hasta recuerdos del provinciano en el cuartucho del Centro Histórico de Sedemequis. ¿De quién es la cama que compartes la mañana después de la noche bohemia del siglo XXI?
La simple descripción de la tediosa rutina de la arquitecta nos recuerda que, sin importar el dominio que se tenga sobre el resto de disciplinas, el escritor sigue siendo responsable de la verosimilitud en el relato.
Según la auténtica inmortalidad en torno a la cual escribió Milan Kundera, solo podemos conocer a los muertos. La naturaleza humana determina que el cimiento para su historia (incluyendo la literaria) sea un mausoleo. Asimismo, la muerte es el punto de partida para Caballo fantasma.
La vida después de la madre apenas comienza a develar un atisbo engañoso de realidad. No hace falta describir con fastidioso detalle la vida de Ka: las palabras exactas de la autora bosquejan lo suficiente.
Con el caballo como eje, el balance entre vivencias y citas literarias mantiene fijo el rumbo de la trama e impide que la amenazante realidad absorba a la ficción.
Caballo fantasma es un relato sobre la ficción. Quien se pierde en lo real al momento de escribir pierde también el sentido artístico. A base de experiencia, anhelo y miedo, lo literario demuestra que la realidad no es subjetiva, sino personal.
Siempre es mejor saber, pero a veces no queremos o no podemos. En su lugar vemos la realidad que deseamos o necesitamos. Engañosamente asumimos que conocemos a los otros. Sin importar cuánto nos esforcemos por mostrarnos tal cual somos, solo proyectamos fantasías (fantasmas). Elegimos inventar los recuerdos que nos construyen y vivimos con base en ellos. Nuestras ficciones deben llenar el vacío formado por todo lo que jamás conoceremos, según las normas que establecimos bajo nuestros propios términos. Llenar ese espacio vacío es lo mejor… lo único que se tiene para no dejarse morir.