CAPÍTULO
I
EN DONDE SE HABLA DEL MODO EN EL
CUAL ME EMBARQUÉ HACIA EL NOVO MONDO E TERMINÉ EN LA TIERRA DELLOS ASÍ LLAMADOS
ZAPOTECAS, QUE ME DIERON CAZA HASTA UN SITIO EN DONDE HALLÉ UN BELLO FUENTE
DONDE DESCUBRÍ CUÁN CURIOSOS E VARIADOS ERAN ESTOS INDIOS EN APARIENCIA, E CÓMO
SE DABAN LAS RELACIONES ENTRE CASTAS GRACIAS A UN JUEGO DE ÑIÑOS
Con la intención de
seguir con el sometimento dellos indios en nombre de Dios Nuestro Señor, fui
encomendado por parte del Rey a las Indias que todavía no habían sido
conquistadas, quiero decir, aquellas que se encuentran más al norte della
llamada México-Tenochtitlán, puesto que, hasta ahora, las misiones franciscanas
de evangelización se habían fecho desde la costa della Vera Cruz hasta
México-Tenochtitlán e de allí hacia las tierras del sur, dejando descuidadas al
restos dellas tierras.
Íbamos yo e el resto della armada al frente de un grupo
de frailes e artesanos para auxiliarlos en su marcha, pues tenían por objetivo
el de poner los cimentos de una villa en el corazón della estepa, hasta que un
mal día fuimos atacados por una tribu destos salvajes que planeábamos rescatar
pero que aún así aferrábanse a lo opuesto. Hoy presumo tratábanse de aquellos
que llaman zapotecas e que estaban en contra de Hernando Cortés tal e como estuvieron
los que se interpusieron en la toma della México-Tenochtitlán.
Logré escapar destos salvajes corriendo entre la maleza,
viendo pequeñas chozas de cal, e de piedra, e de hojas de palma, cuando de
pronto tropecé en mi carrera e caí de bruces en u sitio despejado e sin
árboles. El sol daba claro en el cielo, e pese a todas las crónicas que había
leído durante el viaje en barco desde mi salida desde el puerto de Palos hasta
la costa desta tierra, no fue esto suficiente para que pudiera dar crédito a lo
que mis ojos cateaban. Bajo el mesmo sol ardiente en el que hallábase la selva
había un fuente como traído desde la lejana Persia e que emanaba agua a través
de pequeñas estatuas que había en su interior e que asemejábanse sobremanera a
cuerpos humanos diminutos.
Acerquéme para ver mejor aquel fuente e de pronto advertí
que había gente al otro lado deste. De inmediato temí que fueran los mesmos
indios que hacía poco habíanme querido dar caza e me escondí dellos detrás del
ya mencionado fuente, pero luego advertí que estas gentes no hablaban en
susurros como facen los que quieren pasar sigilosos para no asustar a aquel que
es perseguido, sino que hablaban muy fuerte e daban voces e risotadas como si
de hecho halláranse en cosa de mucho gozo e deleite. Pronto reconocí voces como
de niños e doncellas e quedóme claro que no podían tratarse de guerreros.
Salí fuera de mi
escondite para poder catar de dónde provenían esas voces e créanme que cosa
igual no había sido cateada por ojos humanos antes. Allí estaba, como era de
esperarse, un grupo alegre de indios, pues pensé que no podían ser otra cosa
estando tan tranquilos en medio desta tierra inhóspita.
Como ya he dejado dicho más arriba, había leído varias
crónicas que inclusive no habían pasado por la imprenta de Castilla, e todas
describían a los indios como seres humanos en pariencia, pero con la tez
oscura, no como la dellos esclavos aborígenes provenientes del África, sino que
asemejábanse más a los moros, pero como unos que nunca antes havíanse visto.
Sabrán entender entonces mi reacción al catear lo que mis ojos catearon
entonces, e sabrán de igual modo que, siendo yo enviado como un auxiliar dellos
representantes de Dios en la tierra, el mesmo Dios no dejárame mentir.
Digo pues que en ese fuente hallavanse, no estos indios
que describí ni cosa semjante, sino que eran indios de tez blanca como la de
cualquier fijo de un monarca inglés o francés e inclusive napolitano. Lo sé
decir e más aún, me atrevo a dar fe con mi sello en lo que aquí escribo porque
estoy convencido de que no existe modo en el cual yo cateara mal a aquellos
infantes, puesto que estaban casi desnudos, tal e como lo han dejado dicho ya
una infinidad de veces los cronistas detrás de mi. E sus prendas eran delgadas
e escasas, de muy vivos colores azules e rojos e verdes como loros, e incluso
de muchos colores e formas bordadas con grande e estraña maestría. E todos
llevaban unos como cintillos de cuerda a modo de cinchos para que sus calzones
no dejaran de cubrirles en tanto jugaran en el fuente.
Pese a lo ya escrito, he de poner en claro que, en efeto,
había en su mayoría niños de piel blanca ue podían fácilmente facerse pasar por
fijos de monarcas, no ostante, allí no se halla la cosa más estraña de lo que
caté, sino que esto fue que entre estos niños blancos distinguí con claridad
cómo jugaban otros niños de igual edad, aunque a éstos pude identificarlos más
fácilmente por las descripciones fechas por los cronistas acerca de los indios
naturales.
Deverán creerme cuando les digo que es verdad questos
niños jugaban y reían entrellos como si fuesen ciegos e no vieran que eran
distintos los colores de piel de los unos y los otros. Creí entonces haber dado
con el meollo dello que allí acontecía: los niños blancos, que evidentemente debían
de formar parte della familia dellos regentes de aquella tribu de salvajes, y
que por lo mismo debían de vivir en una zona de lujos aislada della gentuza,
impulsados por los impulsos inconscientes propios della más tierna infancia,
sentíanse oprimidos en su encierro palaciego, hablando solo de vez en cuando
con los otros niños nobles al tiempo que cateaban a los pobres gozando de sus
juegos bárbaros. Deste modo, dado que los padres les debían tener dello más
prohibido tener contacto con estos niños pobres, los niños nobles aún más
inconscientes escapávanse de algún modo de sus aposentos e corrían por entre
los hierbajos hasta llegar a donde debían de estar las chozas populares, para
que después, bajo la amenaza de muerte, ordenarles a los niños vulgares
mostráranles algunos de sus juegos. Deste modo, e no de ningún otro, fue como
en esa ocasión todos esos niños habían terminado bañándose bajos las mesmas
aguas en esa mesma fuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario