martes, 21 de mayo de 2013

Cuando fui de cacería…


– Jacob ha de quedarse –dijo Isaac para nadie, sin estar seguro si lo hizo en voz alta. Estando ciego, poco le importaba si decía lo que pasaba por su mente–. Ambos nacimos para quedarnos en esta cueva. No importa cuántas veces diga lo injustamente distinto que es su camino del de su hermano. Así lo ha dispuesto Dios, y aquellos que no lo ven, tampoco pueden ir en su contra. Al menos en eso no soy distinto de los otros hombres. ¿Quién va? ¡Habla para que pueda verte! ¿Jacob? ¿Por qué me inoportunas con un asunto que, sabemos bien, estaba cerrado desde antes de que formaras parte de él? ¿Cómo? ¿Dudas de la verdad ante mí? Si he de tocarte, oh farsante, al menos déjame mojar uno de mis dedos con jugo de limón y salarlo. Buscaré alguna herida que tengas abierta y lo meteré allí. Todo sea para darte un escarmiento por tan mala artimaña que maquilaste. ¿Pues no vislumbraste acaso que iba a llegar el momento en el cual tu farsa iba a quedar en evidencia dos veces, primero con tu voz, luego con mi tacto? Ven. ¡Ven, miserable! Acércate más para que pueda sentirme afortunado de no poderte ver nunca más. Pero… ¿qué siento ahora? ¡Dios mío! ¿Cómo es posible que me hayas abandonado otra vez? ¡Ya ni siquiera soy capaz de reconocer al hijo que tengo enfrente! ¡Esaú! ¡Yahvé no fue lo bastante piadoso con nosotros! Me ha dejado sentado frente a ti cuando debería estar postrado a tus pies. Seguro es muy tarde para pedir perdón de rodillas. Ya estoy condenado. La virilidad del hijo pródigo se muestra ante los ojos muertos para que un viejo entienda que su ineptitud es infinita. ¡Vete, pues, hijo mío! No temas, porque llevas la bendición de tu padre. O, si así lo quieres, teme mucho, porque la bendición de un condenado vale tanto como un mal de ojo. Por favor no digas más. Si vuelvo a escuchar la voz de tu hermano saliendo de tu pecho, me quedaré sin la poca cordura que el Señor me ha dejado para aguantar lo que me queda de vida. ¡“Adiós, bien amado”!, te digo. ¡”Adiós, desdichado”!, es lo que deberías replicar. Escucho sus pasos más distantes. Ya ha salido de la cueva. Bendito él, sin duda. Estoy tan cerca de esta gran fogata que me abrasa y me consume aun más que el tiempo mismo, peor sin duda lo prefiero antes que verme sometido al impredecible clima de afuera, y el día y la noche siempre cambiantes, siempre ajenas a la voluntad de uno. No he de dejarme engañar por los sentidos carcomidos: la voz era otra, aunque sin duda se trataba de Esaú. Ya es un hombre, y el mundo allá afuera está hecho solo para él. A diferencia de Jacob… ¡oh, mi Jacob…! ¡Estaría perdido, sin duda! Sigue siendo un muchacho…