Días
atrás subió a su motocicleta, huyendo del abridor; buscando a su comadreja. Con
sus antecedentes ¿quién podría culparlo? Incontables asaltos a mano armada,
tres mujeres asesinadas, y encabezar el secuestro de un hombre durante una
semana antes de huir con el dinero del rescate, sin haber revelado el paradero
de la víctima. Y eso solo es hablar de lo que pesa más en su conciencia.
Él sabía cómo trabajaban los
abridores. Tendría que juntar todo lo que hubiera causado dolor en su alma y en
la de los demás -sin importar si lo recordaba o no- comenzando con la agonía que
le causó a su madre de forma involuntaria al momento de nacer. Seguiría cada
golpe que dio a sus hermanos y amigos; luego, la inquietud de un tendero tras
descubrir que alguien se había llevado ochocientos veintisiete pesos de la caja
registradora. Su cuerpo se llenaría con cada marca que hubiera dejado en cada
mujer que hubiera conocido alguna vez. Y eso solo sería el principio.
Como la mayoría de las personas, él
no sabe que hubo un tiempo en el que Dios era quien castigaba los pecados. Pero
con la llegada de los abridores no se necesitó más a Dios. A los abridores se
les puede ver y se les puede tocar, todo antes de morir. Solo la muerte certera
y tangible. Ahora, la única brizna que queda de la presencia de Dios, recae en su
piedad; en su amor por los hombres, y en la esperanza del mundo de la vida
eterna. Y aun así, de ese mundo no se sabe nada, en realidad. El mundo de los
muertos es lo único cierto.
Pasa entre un autobús y otro
motociclista. El sonido del motor los hace saltar sobre sus asientos cuando los
rebasa. Mira hacia todas partes de la carretera que se extiende y se queda
atrás bajo los neumáticos. Solo con abridores detrás, uno se siente solo aun
estando seguro de la existencia del resto de las personas del mundo. Mira las
tierras de cultivo en penumbra a ambos lados del camino y se pregunta: “¿por
qué una comadreja?”.
Eso le dijo la hechicera, y todo lo
que había dicho antes se había cumplido, incluso lo de la policía rodeando el
bar mientras hablaban.
– Corre –dijo alargando la “e” para
formar una desagradable sonrisa.
Y salió por detrás. La vieja había
acertado. Los policías no habían acabado de rodear el lugar cuando corrió para
montar su motocicleta.
Pasó frente a cinco patrullas que lo
persiguieron quince kilómetros antes de que derribara un par de cercas, apagara
el motor y los faros, y todas las patrullas pasaran de largo el maizal donde se
ocultaba.
La bruja también acertó con lo del
abridor. Cualquiera pudo habérselo dicho, pero en su boca maloliente, las
palabras adquirieron más peso.
Su única esperanza, le dijo, era encontrar a
la comadreja. No una comadreja, sino su comadreja.
Hasta hace poco, solo algunos
mexicanos y estudiosos sabían casi nada acerca de los nahuales, después, su
existencia se demostró de manera indudable. Entonces, hubo una época en la que
el mundo entero se empeñó en hallar a su espíritu hermano. Sin embargo, dicha
espiritualidad, a la larga, acabó pasando de moda.
El hombre no puede estar en mayor armonía con el
mundo de lo que estuvo siempre. Hasta donde se sabe, es posible que todos los
seres humanos tuvieran un nahual como los tenemos hoy en día. Asimismo, se
espera que las generaciones por venir sigan teniéndolos.