miércoles, 24 de agosto de 2016

Otro modo para usar un cadáver


Para Omar, el artista

En un tristemente olvidado pasaje de sus memorias, el otrora guardián de gabinetes, Jezekyvnenz Rudjiamelov, habla sobre el descontento y derrotismo reflejados en el rostro  de un joven Rembrandt al salir de una sala concurrida del Waag una mañana de noviembre de 1631.
Meses atrás, al pintor neerlandés le había sido comisionada la creación de un retrato que resaltara los atributos eruditos del célebre médico Nicolaes Pietersz Tulp, tanto para asegurarle reconocimiento y memoria perpetua a éste, como para refutar honor y renombre al Gremio de Cirujanos de Ámsterdam.
Según el testimonio fidedigno de aquellos cuya presencia a aquella cita pudo corroborarse, Rembrandt se mostró menos obtuso de lo que acostumbraba cuando se le hacía una propuesta. Muy por el contrario, extrañó a varios notar que el joven artista aceptó el trabajo con facilidad inusitada, como si, de hecho, hallara en él una auténtica pasión, a sabiendas de que se trataba de un reto. Rembrandt incluso dijo a los presentes que tenía en mente la escena adecuada para satisfacerlos, tanto a ellos como a sus asociados.
Teniendo fe en el prometedor artista, y como ya había dado pruebas de su talento, la comitiva del consejo salió de la junta segura de que el trabajo de Rembrandt sería excepcional. Hubo quienes anticipaban su mejor obra y hablaban entre murmullos del encargo, orgullosos de que estuviera dedicada al doctor Tulp y a sus allegados.
La certeza del triunfo de la obra tenía un lugar tan asegurado entre los entendidos, que incluso se dice que las peticiones del Gremio para frecuentar el estudio de Rembrandt y ver su progreso pasaron de ser mínimas a nulas durante las primeras semanas, otorgándole la licencia que el artista pedía para que se le dejara trabajar a sus anchas.
Tras todo lo anterior dicho, fue una sorpresa para todos que Rembrandt se presentara aquella mañana de noviembre de 1631, no solo porque nadie en el Consejo Gremial esperaba verlo tan pronto, en una fecha mucho anterior a lo esperado por cualquiera para que la obra estuviera lista, sino porque además, estaban seguros de que Rembrandt no mostraría la pieza antes de ser develada de manera oficial, en presencia del doctor Tulp. Cuando se le preguntó por la inusitada rapidez con que había terminado el encargo, el artista respondió:
- A medida que daba forma a la  pieza, me volví presa cada vez más sometida a una pasión desbordada. En algún punto, la pintura cobró vida propia y me obligó a seguir. Dependía de mí para que viviera, y quería vivir.
Dijo además que, con tal de asegurar el buen visto general del Consejo previo a que la obra fuera mostrada al doctor Tulp, quería aprovechar mientras éste se encontraba fuera de la ciudad realizando exámenes médicos a los marinos que emprenderían un viaje hacia la ciudad de Massachusetts.
Rembrandt se excusó una vez más por interrumpir la junta matutina, a lo cual, muy por el contrario, los concejales instaron que bien valía la pena interrumpir sus labores con tal de ser parte del tan histórico momento.
Por un segundo, la emoción y expectativa fue recíproca en ambos extremos del salón. Rembrandt quitó la manta del lienzo y el silencio fue absoluto.
El pintor moría por dar a conocer aquello que había inspirado su obra, y no se dio cuenta de que los presentes habían quedado mudos, no tanto de asombro, sino de incredulidad.
En primer lugar, Rembrandt dijo que, por tratarse solo de una fantasía imposible, no se había atrevido a alimentar la vaga esperanza sobre el motivo por el cual lo habían citado en el Waag. No obstante, cuál fue su sorpresa cuando una nueva pasión llenó su espíritu. Efectivamente, confirmó que no era sueño imposible, sino realidad auténtica que los distinguidos dirigentes del bien amado Gremio de Cirujanos de Ámsterdam habían tenido a bien dejar en manos de su ingenio rendir tributo al doctor Tulp.
La dicha inundó a Rembrandt pero, sabiéndose observado, tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para permanecer impasible y no arrodillarse ante quienes por fin le dieron licencia para concretar aquello que una repentina inspiración había arraigado en un resquicio diminuto pero vital, tanto de su espíritu, como de su mente creadora.
Años atrás, la anécdota que había impresionado tanto a Rembrandt había comenzado a esparcirse por los barrios bajos. Para los siguientes meses, no tardó en volverse de lo más sonado, ya no solo en Ámsterdam, sino hasta las afueras de la capital. Rembrandt mismo era partidario de que la Historia se encargaría de dotar a la noticia del carácter digno de cualquier porción de folclor nacional.
El doctor Nicolaes Tulp había tenido a bien demostrar la capacidad del hombre en la búsqueda del conocimiento a través de una de las muestras más representativas del saber y progreso de la era moderna aplicado a las ciencias, todo reflejado en una lección de anatomía impartida solo a un puñado de los alumnos y profesores más brillantes y destacados de la Universidad Leiden elegidos por sorteo, quienes tuvieron el privilegio de atestiguar y aprender del más grande maestro que habían dado a conocer los Países Bajos.
Luego de utilizar sus instrumentos para llevar a cabo un corte quirúrgico a un cadáver, demostrando el funcionamiento de la mano a través de la manipulación de los músculos flexores del antebrazo, Tulp creyó haber ganado la atención de los presentes, sin embargo, no tardó en notar que ni él, ni el objeto de su lección eran en lo que se concentraba la atención de los presentes, sino en un vaso lleno con la aun no tan popular mezcla de ron con bebida a base de cola y hielo, y que tardaría algún tiempo en tener entretenida y dichosa a la sociedad etílica de las clases más bajas y corrientes.
No era solo el hecho de que se hubieran introducido bebidas alcohólicas en el recinto lo que llamó la atención de los presentes, sino el modo en el cual un presunto estudiante de medicina había utilizado otro tipo de ciencias (arcanas, tal vez) para mantener el equilibrio del recipiente y el de su contenido, manteniéndolos en un balance ideal sobre la pantorrilla derecha del cadáver con el que se pretendía dar la clase.
En este punto se encuentra el mayor número de divergencias para proseguir el relato.
Suele restársele validez a las versiones contadas por quienes se sabe que estuvieron presentes, pues es un hecho que, antes que la verdad, sus intereses primordiales eran salvaguardar el buen nombre del doctor Tulp. Son estos testigos presenciales quienes peor hablan del incidente, y quienes peor hablan del estudiante responsable, negando que su acción haya tenido validez real como contribución a la ciencia, refiriéndose a ello como una burla, o simplemente negando que cosa semejante hubiera pasado.
No obstante, este punto del relato es, también, el que alimenta la voz del vulgo, dotando a las múltiples versiones de un sinfín de sentidos y enseñanzas, volviéndolas parte del folclor popular de carácter aleccionador.
Un conteo actualizado revela que el número de personas que afirman haber presenciado la susodicha clase del doctor Tulp es de unos mil quinientos, cuando el anfiteatro del Waag solo cuenta con una capacidad máxima para setecientas personas.
La voz popular es la que, con el paso de los años, se ha encargado de recalcar la cólera de Tulp, no porque la interrupción de la clase fuera un freno al progreso científico, sino porque un estudiante de baja categoría llevó a cabo un descubrimiento que lo eclipsó frente a los presentes. Los celos hicieron que el doctor pidiera a los guardias del lugar sacaran inmediatamente al profanador de la lección.
Tras mostrar el cuadro y ver el desconcierto reflejado en los rostros de los presentes,  Rembrandt se dio cuenta muy tarde de que su genio y libertad creativa no serían bien vistos por el Gremio de Cirujanos de Ámsterdam. Inmediatamente se le instó con euforia a que fuera retirada la parte en la cual aparecía el así llamado ‘truhán’ (ya sin siquiera referirse a él como ‘el estudiante de medicina’), asegurándole que no había cabida en aquel recinto (mucho menos a ojos del doctor Tulp) para que ofensas a su oficio quedaran plasmadas en obras pictóricas, mucho menos si se esperaba que éstas tuvieran un lugar dentro de su colección.
Desconcertado en un principio, furioso luego, sin más palabras, Rembrandt salió de la sala y atravesó el pasillo hacia la salida mientras cubría el lienzo con la manta, momento en que fue objeto de atención del guardián Rudjiamelov.
No se sabe bien porqué Rembrandt tardó tanto en volver a tener contacto con el Consejo Gremial de Cirujanos. Hay quienes se preguntan por qué volvió a tener contacto alguno con ellos. No se sabe tampoco bajo qué circunstancias especiales aceptó hacer el cambio que le solicitaron en la pintura. La teoría más aceptada es que el neerlandés no empezó desde cero como le habían solicitado. Se mantuvo firme y logró que aceptaran la condición de que no haría otra cosa además de borrar al Estudiante Truhán de la escena.
Solo cuatrocientos años después nos dimos cuenta que las sorprendidas expresiones de los presentes en  La lección de anatomía del dr. Nicolaes Tulp no tenían que ver con la común musculatura humana, sino con el innovador método de reciclar cadáveres para hacer portavasos y quien sabe cuántos otros utensilios más.
Por cierto que, los rumores afirman que, de haber estado de un mejor humor, a Rembrandt le hubiera gustado que la pieza llevara por título El estudiante sarcástico ruega para que no lo saquen del aula.             

martes, 12 de julio de 2016

Simulacro (audiocuento)


La más perfecta máquina asesina es un muerto que camina

Carlos Camaleón


Pánfilo se viene y se le va la felicidad. A Lupe se le queda dentro un rato más y no deja de sonreír.

    Pánfilo solo quiere a Lupe porque es lo más cerca que puede estar de su hermana. Ya empieza a creer que se parecen un poco. Tiene que cogérsela en cuatro para solo ver el cabello negro y largo caer sobre su espalda con cada embestida y convencerse, tras un gran esfuerzo, de que seguro sería igual con María.

    Lupe ya se puso buena, y está segura de que ése va a ser el motivo por el cual recordará sus diecinueve años por el resto de su vida. Por eso y porque fue cuando, tras haberla conocido hace dos años, Pánfilo hizo más que solo interesarse por ella: la escogió, la cortejó y, al final, parcharon.

    Cuando Pánfilo hizo que se viniera por primera vez, Lupe se convenció de que, de alguna manera, siempre había querido que pasara. Ahora ella es algo peor que un premio de consolación, o que un consolador. Si tiene suerte, es la pantalla sobre la cual Pánfilo proyecta la imagen de su hermana.

    Cuando a Lupe le va bien, Pánfilo reconoce un rostro en ella, y por momentos imagina que goza. Si no puede, la castiga nalgueándola, echando su cabeza hacia atrás tirándole del pelo, y asfixiándola un poco. Pero cuando a Lupe le va mal –que  es la mayoría de las veces–, ella es el pañuelo desechable para los mecos de Pánfilo. El paño de lágrimas de su pito parado, si quieren. Lupe sabe todo esto, y también le vale.

    Mientras Pánfilo apaga la luz para olvidar que no está tirándose a María y concentrarse en maquinar la fantasía con mayor facilidad, a Lupe le basta ver la silueta de él encuerado sobre la cama, o en la alfombra de la sala.

    Pánfilo había estrenado a Lupe, y fue algo tan intenso para ella, que no quiere saber si hay algo mejor.

    Si las cosas quedaran en que Pánfilo fantasea, Lupe sonreiría y fingiría como siempre y para siempre, pero no. A Pánfilo no le basta desahogarse. Tampoco olvida. Abre bien los ojos y tiene despiertos los oídos todo el tiempo con tal de no perder la menor señal de vida que podría dar María.

    Chingarse a una excuñada no evita que  las hermanas sigan viviendo en la misma casa. En algún momento Pánfilo se topará con María.

    Lo malo no es que, al ver a Pánfilo, María deje de buscar galanes para volver con su exnovio asaltacunas. El problema es que, de por sí, lo de Pánfilo y Lupe no tiene nombre. Con suerte se acerca a la lástima, y eso está bien para ella, pero aun así, se trata de algo tan débil que puede quebrarse con una sola palabra proveniente de una boca o de una contestadora automática.

    Así como, por momentos, Pánfilo logra imaginar que se tira a la hermana correcta, conforme pasan los días, la felicidad de Lupe va y viene, dependiendo si él la busca o no. De pronto ella entiende el extremo que puede alcanzar para estar con quien desea amar.

    Mientras Pánfilo se pone los calzones con la urgencia con que debió ponerse condón, Lupe dice:

    – Ya no mames con María, wey –él hace como que no oye–. Ya se agarró otro pendejo.

    El color abandona el rostro de Pánfilo.           

    – ¿Ah, sí? ¿Cómo se llama? –replica.

    Lupe trata de engañar a Pánfilo, y él quiere que el color se le vaya del rostro a ella mientras piensa un nombre.

    – Zeus –contesta de inmediato.

    – Y será un papucho el Zeus, ¿no?

    – Pues lo que quieras, pero María ya se lo chinga y todo.

    – Ajá… te va a contar a ti qué tal la plancha el cabrón, ¿no? –dice Pánfilo. La postura rígida le estampa la silueta. Sabe que es verdad.

 

***

Ojalá Pánfilo dejara de cogerse a Lupe porque ya no puede creer que sea María, pero en realidad la ve más María que nunca: una que ya no grita como niña desvirgada, sino como una de cuarentaitantos.

    La María que Pánfilo ve va atrás y adelante, atrás y adelante. Azota las nalgas contra su pelvis. Quiere descansar un poquito, se contonea en cuatro sacudiéndole la verga y vuelve a chocar contra su pelvis.

    La carne suena dulce, como la porno que se vive.

    Mientras más se aleja la María de ese momento con cada embestida, más fuerte grita. El pito alarga y achica el cuello, sin asomar la cabeza.

    La María se aleja quince centímetros, vuelve, y gime. Se aleja veinte centímetros, vuelve y gime más fuerte. Se aleja treinta centímetros y vuelve. Cada vez jadea más rápido. Después, solo grita y grita. No hay un solo momento en que parezca que llorará, como le pasaba a la chiquita Lupe.

    La María que Pánfilo imagina nunca se dejará vencer. Si la haces gozar, debes ser chingón, sentirte muy hombre y tener un pito donde una conchita recorra treintaidós centímetros en viaje redondo de hora y media.

    Por poco Pánfilo llega a sentirse muy hombre, pero una idea le da un bajón: el pito que ve no puede ser suyo. Es un pito más largo y grueso. Pitón pitolononón el que le mete a la María que tiene enfrente. Ni en sueños hubiera querido verlo así. No le gustan ese tipo de fantasías tratándose de ella.

    Tras el pito está un pecho ancho, moreno y velludo. La voz que cavernea una vez entre cada diez gritos de la María no es… jamás será de Pánfilo... ¡Es la voz del cabrón Zeus! ¡Su voz de tronadera! ¡Y su pito es capaz de violar a cualquiera sin que los dos estén en el mismo cuarto!

    Ni ese es su pitote, ni esa su María. En vez de sacarle la garrocha, Pánfilo solo puede atestiguar la espectacular cogida.

    Zeus arraigó tan hondo en el pensamiento de Pánfilo que ya ni con Lupe se le para. La última vez casi le parte la madre. Si en esas iban a estar, mejor las putas dan mamazo y aguantan el chingadazo. Una opción para el desahogo sin rasgos que conduzcan su mente de vuelta a las dos hermanas.

    Uno sabe que empezará una nueva vida al armarse de valor con sales para baño en un recién hallado bar a las tres de la mañana.

    Pánfilo ya puede cogerse cualquier puta de las que esperan en la esquina, aun cuando hacía apenas hora y media juró haber visto cómo se le asomó la verga a una de ellas.

    Escoge la güera, para asegurarse que no la confundirá con alguna de las hermanas si le cae el cabello por la espalda. En algún momento da un codazo al espejo del baño, agarra un trozo e intenta cortar la melena a la puta, nada más para estar seguro.

    Se reparten con justicia caladas, mamadas, cachetadas, cortadas, chingadazos y dedazos. Después, el cuerpo de Pánfilo quema por dentro y por fuera.

    Pánfilo despierta después de un rato. Despertar es un decir, porque no recuerda haber dormido. Solo Dios sabe dónde está ahora. Se abraza las piernas y todo da vueltas. No recuerda cuándo empezó a llorar, pero sabe por qué lo hace. La resaca de muchas cosas hace que quiera morir. Primero desea que lo maten, luego piensa que, total, puede hacerlo solo. Luego ve que quisiera seguir viviendo, pero todo en él duele.

    Tres días después un médico en el IMSS dice a Pánfilo que, en una de esas, ya hasta agarró la sífilis.

 

***

En el IMSS, Pánfilo oye que alguien dice Zeus, como poniéndolo en duda, y otro contesta que sí, que su mamá le puso así porque hasta ella había sentido como si la violaran desde el útero. Desde entonces ya se veía que iba a coger como un pinche dios.

    Tras media hora de escuchar pláticas entre camillas desde lejos y sin que lo vean, Pánfilo descubre que Zeus no va a pasar Año Nuevo con la familia, y que su mano de chaquetero se repondrá del esguince dentro de una semana, justo a tiempo para perderse las fiestas y ver si por allí topaba una nalguita.                  

 

***

Ahora sí no hay remedio. Al salir de casa de las hermanas, Pánfilo topa a María. Por primera  vez en casi un año se ven de frente, y frente a la casa en la cual debieron verse más veces.

    La expresión de María al saludar a Pánfilo dice que lo ve normal, con ropa limpia, bañado y rasurado. Ni siquiera se da cuenta de que perdió peso. Solo sabe que es él porque, si sale de su casa, no puede ser otra persona. De haberse encontrado en cualquier otra parte, ni lo hubiera reconocido.

    María solo dice “hola” y entra en la casa. Y eso es todo cuanto Pánfilo necesita. Ya no la perderá de vista.

    Sentado en una esquina, Pánfilo no aparta los ojos de la casa. Ahora come y duerme mucho menos. A veces no se da cuenta de que tiene hambre o frío. Hace ya tiempo no siente ganas de cagar o mear. Solo por el olor descubre que se hizo encima.

    Pánfilo no cree haber parpadeado desde que la imagen de María empezó a borrarse mientras cerraba la puerta. No siente que haya pasado el tiempo cuando un coche se estaciona frente a la casa. Aparece Zeus, y es el Zeus que había imaginado. Quizá Pánfilo no lo imaginó tal cual lo ve ahora. Quizá lo que tiene enfrente se sobrepone en sus recuerdos. Aunque también puede ser que ahora no esté viendo al Zeus de a de veras porque se le sobrepone la imagen que había inventado para él. Como sea, allí está, toca el timbre, Lupe abre y la muy puta lo saluda de beso antes de dejarlo entrar. Pánfilo los ve hasta que se cierra la puerta de nuevo. En efecto, ya no hay remedio.

    Pánfilo espera cuatro horas para que se haga de noche y asegurarse de que el cabrón Zeus se quedará allí hasta mañana, pero es como si ya supiera esto y muchas otras cosas que van a pasar. Casi no se da cuenta de lo que hace en el momento en que lo hace.

    La puerta de entrada es una lámina delgada, y cede con un empujón que no hace mucho ruido. Las luces en la planta baja están apagadas.

    Primero, Pánfilo va con Lupe. Con la luz encendida en su cuarto y sin estar tumbada en cama con un pendejo, tiene más posibilidades de darse cuenta a tiempo de lo que pasa y estorbar.

    Este mismo día Lupe empezó a considerar el desequilibrio mental de Pánfilo. Quizá debería alejarse de él, pero la traicionan los hábitos de las últimas semanas. La puerta de la recámara se abre con la naturalidad propia de quien vive en tu casa y puede entrar donde quiera si no está echado el pestillo. Ella lo descubre. Como si hubiera estado esperándolo, se quita los auriculares y se levanta de la cama. Pánfilo se acerca, ella entiende e intenta gritar cuando una bofetada la deja tumbada bocabajo en el piso. Él alcanza un tubo de metal lleno con lápices para darle el tiro de gracia. Pánfilo no cree haberla matado, pero tampoco importa. Va al cuarto de María mientras piensa que debió visitarlo más veces.

    Pánfilo recapacita. “Mejor no. Viéndolo bien, eso hubiera sido más tentador. Quién sabe si me hubiera podido controlar tanto tiempo sin hacer nada”.

    Por algún motivo Pánfilo casi no escuchó los gritos de María desde que salió del cuarto de Lupe, pero abre la puerta a tiempo para oír el gemido que, hasta entonces, creyó haber inventado para Zeus.       

    Todo en este cuarto ocurre como había hecho en la imaginación de Pánfilo, y así justifica cuanto pasará: solo es algo más alcanzado por el largo brazo de la fantasía.

    María está en cuatro al mostrar el rostro a Zeus, como Pánfilo había soñado. Después lo descubre y grita.

    No sé qué dice Pánfilo, qué pregunta Zeus o qué contesta María. Todo encaja en un mismo discurso sobre nuevos comienzos, el fin del milenio y otras y nuevas vidas.

    La plática dura lo que el sobresalto de la pareja en la cama. Pánfilo advierte a Zeus que no se mueva, y Zeus se mueve cuando cree que Pánfilo olvidó la advertencia. Pánfilo agarra la lámpara en la mesita de noche y se la estrella en la cabeza. Zeus rueda del borde de la cama enredado con las sábanas. Entre el suelo y la cabeza, apenas se ve una mancha oscura expandiéndose lentamente sobre trozos de cristal.

    María grita y gatea un poco fuera de la cama. Pánfilo se pone sobre ella y sigue hablando sobre renovación, amor, de que nadie es culpable por nada, ni debe pedir perdón.

    Pánfilo aprieta cada vez más el cuello de María. A medida que su discurso se acerca a una conclusión, estrella su cabeza contra el piso, cada vez con más fuerza.

    María deja de oír y de respirar cuando Pánfilo empieza a hablar sobre la vida perdida de ambos durante los dos años que estuvieron juntos y sin sexo, de lo poco fructífero al tratar de fingir con Lupe, de la sífilis, y del gran alivio que sentiría si le metiera el pito aquí mismo, porque ve la vida a contrarreloj.

    María lleva un rato muerta cuando Pánfilo termina de desahogarse. Hay mucha paz y él se siente muy bien. Casi tan bien como había imaginado que sería venirse dentro de ella. Casi, pero no.

    Hace unas horas, contemplando todas las posibilidades, durante un momento fugaz, por la cabeza de Pánfilo pasó la idea de que quizá hubiera oportunidad de tomar a María así, pero no volvió a pensarlo. Solo hasta este momento recuerda que se le había ocurrido, y le parece buena idea.

    A Pánfilo se le para y duele. Baja sus pantalones hasta las rodillas. Ahora María es más dócil. Recuerda que Lupe debe seguir en la otra habitación. La pone de costado igual que a una tabla. Se la mete y se la saca. El fuego que sube y baja por su pito se apacigua con la carne fría, y es muy dulce.

    ‘Qué alivio’.

    Pánfilo jadea y gime como sabe que jamás hizo con Lupe, y no recuerda haber conseguido con la puta güera de la sífilis. Se viene y grita. Todo el cuerpo le duele y quema. Siente que lleva allí un año y no recuerda haber estado mejor en la vida.

    Cansado, Pánfilo deja de jadear, pero sigue oyendo gemidos lejanos. No… sollozos quedos, muy cerca. Zeus sigue en el piso, con la cabeza ladeada sobre el charco de sangre, sin moverse más que para moquear y parpadear, viendo directo a María y Pánfilo desde hacía unos minutos, cuando había despertado.

    Sentado, sonriendo, con semen y sangre secándosele entre las piernas, Pánfilo descubre que aún se le puede parar, y ve llorar a Zeus hasta que se duerme o se desmaya. La cortina que cubre la ventana se tiñe de azul, y después de amarillo.

    Pánfilo se viste envuelto por el olor de la orina, el sudor y la mierda. Todo duele igual que siempre, pero ahora es feliz porque puede ver la muerte que lleva dentro, respirar hondo el aire de la mañana al salir a la calle, y ver que eso es bueno: que a uno puede llenarlo de vida repartir muerte con las manos, hasta donde llevaran los amoríos tipo Lupe, las putas, y las que gritan como señora de cuarentaitantos.

    La muerte persigue a Pánfilo y no hay remedio, pero eso no lo llena de desesperación como hacía poco. Ahora ayudará a la muerte a repartir muerte. Solo así será más llevadera.

 

PISTAS
"Change of the Guard" - Kamasi Washington
"Tremendous Dynamite" - Eels
"Caderas Punk" - Los Viejos
"Sexo Instrumental" - Pellejos
REPRISE: "Sexo Ficción" - Pellejos 

miércoles, 6 de julio de 2016

"Zombis, por favor"


Ojeando, espero a que vuelva una empleada de la librería. Llega una mujer perteneciente a la clase alta de Coyoacán que algunos considerarían estereotipada: más joven de lo que aparenta –como resultado fallido de seguir bella por más tiempo–, y selección involuntaria de ropa para una prostituta. Sus dos hijos, niño y niña de unos diez años.
         “Empezarán a involucrarse en la literatura. Todos siempre han dicho que eso ayuda a hacer buenos seres humanos: ciudadanos con conciencia y, además, muy listos. ¡Empiecen desde temprano! Escojan el libro que voy a comprar a cada uno”.
Pide asistencia al empleado inepto que no me fue de ayuda hacía unos minutos. Juntos, recorren pasillos entre mesas. La niña, una alegre cualquiera, va y viene con novelas infantiles. Al volver de cada expedición, entrega a su madre los candidatos para irse a casa.
“¿Cuál es el primer libro en la saga de Harry Potter?”, pregunta Niña Alegre. A medida que se prolonga el silencio, se concretiza la imagen de Empleado Inepto con la mirada vacía e hilillo de saliva. Sin levantar la mirada de lo que, espero, se vuelva pornografía en algún momento: “La piedra filosofal”. Todos me miran un segundo. “¡Ande, busque eso!”. Empleado busca hasta por debajo de las piedras que no son filosofales, seguro de que le piden un ejemplar imposible de hallar; que deberá mandar a la familia a otra sucursal, al otro lado del mundo. Sin motivo, despego la vista de mi lectura, unos cuarenta y cinco grados, y allí está. Lo doy a la madre sin esperar un gracias que no llega.
El niño despierta mi interés desde el principio. Pequeño, como se espera que sigan siendo todos los niños a esa edad, sin importar los cambios generacionales. Cabello negro corto peinado con la raya en un costado, como siempre se ha esperado ver a los niños; como también me vi a su edad. Bien vestido, justo en el modo en que quería su madre; como fuimos, somos o seremos muchos de nosotros. Con una postura más recta que cuando se está de pie en una ceremonia, la convicción del niño apuntaba aún más alto que su estatura. Mirada inquisitiva y juzgadora que envidiarían a un tiempo el crítico de arte y el investigador en la escena del crimen. Las manos cruzadas al frente y los pies juntos a cada paso medido. El mundo estaba para que él lo juzgara. Era capaz de mirar desde arriba, aun si debía alzar el cuello para encarar a un adulto. Poseedor de un buen argumento al hablar, y aun más si lo guardaba para sí. Sin caer en la resignación que amarga la vida, sobrellevaba con dignidad y fortaleza el inevitable y tedioso momento de calidad con mamá y hermana, de modo que la mayor parte de la humanidad lo envidiaría. Ojalá hubiera habido más de ese niño en mí a su edad.
Cinco novelas candidatas de Niña Alegre descansan ya en manos de Mamá. La voz queda del niño denota paciencia que hace tiempo venció a la resignación y al cansancio a golpes de experiencia.
“¿Dónde están los cómics de The Walking Dead?”.
Quiero decirle “Bien, cabrón”.
“¡Te advertí que ibas a empezar a leer libros de verdad!”. Refiriéndose a La guerra y la paz o más gruesos, Esquivel, Mastretta y asociados.
Niño es cortés y deja que Mamá exponga su argumento antes de volverse hacia Empleado:
“The Walking Dead, por favor”.
Inepto da dos pasos como Igor y se frena con la misma actitud…
“¡No se le ocurra darle historietas al niño!”.
“Mamá, uno no debería arriesgarse a odiar la literatura debido a una mala experiencia al acercársele por primera vez. Puedo buscar un libro que discretamente aborde un tema que me interese; un tema como, no sé… aquel sobre el cual he estado hablando desde el principio, por ejemplo. Adentrarse en los libros a través de historias grandiosas, ¿qué te parece?”.
Me contengo para no estirar el pulgar hacia arriba en dirección a Niño, y finjo seguir inmerso en mi lectura. Empleado voltea a ver a Mamá, comenzando a dar señas de comprender lo que Niño está tratando de decir.
“No se le ocurra…”, y se da la vuelta.
Empleado Inepto escarba entre literatura infantil y juvenil sin que nadie allí esté seguro de lo que espera hallar de inmediato y sin mayores complicaciones. Es algo en lo que puedo ayudarlo, del modo en que él no pudo/quiso hacer conmigo. ¿Por qué no? Me acerco.
“Viejo, la dama quiere que el niño lea algo más que cómics, el niño prefiere a los zombis por sobre cualquier otro tópico literario. ¿Por qué ambos no han de obtener lo que quieren? ¡Lo mejor de dos mundos! Robert Kirkman no solo hizo cómics. Hay traducciones al español de, por lo menos, dos de sus novelas ambientadas en el universo de The Walking Dead, sin ilustraciones ni globos de diálogo. ¿Qué tal si vas a buscarlas?”.
“Mamá dijo ‘nada de The Walking Dead’”, repone tras echar un vistazo a su ama temporal, para luego encorvarse otro poco y seguir su búsqueda de nada, arrastrando un pie al andar.
Justo entiendo que solo el libro en mis manos es asunto mío cuando me vuelvo hacia la presencia que, de manera extrasensorial, hace notar que me mira desde abajo.
“¿En serio hay un modo para que yo lea lo que quiera?”. Muy bien pudo cambiar la pregunta por “¿podría ser feliz, aquí y ahora?”, “¿alguien (encima, ¡un adulto!) está de acuerdo con un niño?” o incluso por “¿hoy podría tener la satisfacción de no tener que escuchar a mamá del todo?”.
Mamá, Niña Alegre, Empleado Inepto y Niño me miran. Contesto sin saber cómo convencer a todo el panorama multigeneracional.
Pues sí. Pese a la opinión pública o académica, los cómics son literatura. Más aún: algunos estarían de acuerdo en que la relación entre texto e ilustraciones generada en las viñetas cubre los requerimientos propios de los libros que suelen recomendarse para neófitos de la lectura (los cuales, por supuesto, incluyen a la literatura infantil).
Claro que el cómic puede ir más allá de los temas infantiles, y la línea que divide las edades adecuadas para cada lectura se desvanece.
La diversión del momento hace que un niño explore con discreción algún tema hasta entonces desconocido, de modo que apenas reconoce un atisbo de tedio durante el proceso. Del mismo modo, el adulto lee cierto tipo de obras del cómic para, sin esfuerzo, mantener vivo en él al niño que leyó una por primera vez.
Además, si –como muchos padres temen–  los cómics violentos que el niño quiere leer llegan a afectarlo y resulta que, por empaparse con The Walking Dead, éste termina asesinando zombis como consecuencia de la mala influencia, tomando en cuenta la desastrosa situación en la cual se encontraría el mundo con semejante panorama, espero entiendan que matar zombis no sería enteramente su culpa, más de lo que sería su deber.
Dejen que el niño hoy lea sobre zombis, mañana leerá Orgullo prejuicio y zombis, y al final solo será Orgullo y prejuicio.
Silencio hasta que Niño me señala como a la defensa irrefutable de su argumento:
“El señor es un experto, mamá”.
¡“Señor”? Es por el sombrero, ¿verdad?
No sé si volver a mi lectura o ver qué más ocurre, cuando la empleada que espero se planta frente a mí para entregar aquello para lo que vine en primer lugar.
Empiezo a caminar para dejar atrás a Madre, quien vuelve a gritar a Inepto. De inmediato, la misma presencia de hacía un momento, esta vez, siguiéndome.
“¿Qué debo hacer ahora?” dice a su última esperanza, quien se dirige hacia la salida.
“Tu mamá está empeñada en que no leas The Walking Dead y nadie mas que yo te apoya… pero hay muchas otras historias de zombis, tan buenas, o incluso mejores. Tuvimos que descartar las benditas historietas. Hay una gran posibilidad de que el único modo de salir bien parado de esto sea acudir al gran enemigo: los libros sin dibujos. No temas, que tiene remedio. Debo irme, pero éste es mi último consejo: pregunta a los (hago un muy discreto énfasis) otros empleados, los que llevan camisas azules. Diles que buscas historias sobre zombis. Puede que no tengan dibujos, pero puedes elegir algún libro que no sea tan grueso. Ve en la parte de atrás de cada uno, donde te dicen de qué va la historia que cuenta. La ventaja con los zombis es que casi nunca fallan: aventura, sangre, balas y sesos garantizados”.
De regreso hacia la salida, doy la espalda a Niño, dejándolo a mi imaginación, asiendo por la camisa al pobre empelado que tiene más cerca:
“¡Dónde están los libros de zombis?”.
Salgo más feliz que cuando entré.
¿Un llamado? Ya algunos me lo han dicho.