domingo, 27 de julio de 2014

Simulacro

La más perfecta máquina asesina es un muerto que camina

Carlos Camaleón


Pánfilo se viene y se le va la felicidad. A Lupe se le queda dentro un rato más y no deja de sonreír.

    Pánfilo solo quiere a Lupe porque es lo más cerca que puede estar de su hermana. Ya empieza a creer que se parecen un poco. Tiene que cogérsela en cuatro para solo ver el cabello negro y largo caer sobre su espalda con cada embestida y convencerse, tras un gran esfuerzo, de que seguro sería igual con María.

    Lupe ya se puso buena, y está segura de que ése va a ser el motivo por el cual recordará sus diecinueve años por el resto de su vida. Por eso y porque fue cuando, tras haberla conocido hace dos años, Pánfilo hizo más que solo interesarse por ella: la escogió, la cortejó y, al final, parcharon.

    Cuando Pánfilo hizo que se viniera por primera vez, Lupe se convenció de que, de alguna manera, siempre había querido que pasara. Ahora ella es algo peor que un premio de consolación, o que un consolador. Si tiene suerte, es la pantalla sobre la cual Pánfilo proyecta la imagen de su hermana.

    Cuando a Lupe le va bien, Pánfilo reconoce un rostro en ella, y por momentos imagina que goza. Si no puede, la castiga nalgueándola, echando su cabeza hacia atrás tirándole del pelo, y asfixiándola un poco. Pero cuando a Lupe le va mal –que  es la mayoría de las veces–, ella es el pañuelo desechable para los mecos de Pánfilo. El paño de lágrimas de su pito parado, si quieren. Lupe sabe todo esto, y también le vale.

    Mientras Pánfilo apaga la luz para olvidar que no está tirándose a María y concentrarse en maquinar la fantasía con mayor facilidad, a Lupe le basta ver la silueta de él encuerado sobre la cama, o en la alfombra de la sala.

    Pánfilo había estrenado a Lupe, y fue algo tan intenso para ella, que no quiere saber si hay algo mejor.

    Si las cosas quedaran en que Pánfilo fantasea, Lupe sonreiría y fingiría como siempre y para siempre, pero no. A Pánfilo no le basta desahogarse. Tampoco olvida. Abre bien los ojos y tiene despiertos los oídos todo el tiempo con tal de no perder la menor señal de vida que podría dar María.

    Chingarse a una excuñada no evita que  las hermanas sigan viviendo en la misma casa. En algún momento Pánfilo se topará con María.

    Lo malo no es que, al ver a Pánfilo, María deje de buscar galanes para volver con su exnovio asaltacunas. El problema es que, de por sí, lo de Pánfilo y Lupe no tiene nombre. Con suerte se acerca a la lástima, y eso está bien para ella, pero aun así, se trata de algo tan débil que puede quebrarse con una sola palabra proveniente de una boca o de una contestadora automática.

    Así como, por momentos, Pánfilo logra imaginar que se tira a la hermana correcta, conforme pasan los días, la felicidad de Lupe va y viene, dependiendo si él la busca o no. De pronto ella entiende el extremo que puede alcanzar para estar con quien desea amar.

    Mientras Pánfilo se pone los calzones con la urgencia con que debió ponerse condón, Lupe dice:

    – Ya no mames con María, wey –él hace como que no oye–. Ya se agarró otro pendejo.

    El color abandona el rostro de Pánfilo.           

    – ¿Ah, sí? ¿Cómo se llama? –replica.

    Lupe trata de engañar a Pánfilo, y él quiere que el color se le vaya del rostro a ella mientras piensa un nombre.

    – Zeus –contesta de inmediato.

    – Y será un papucho el Zeus, ¿no?

    – Pues lo que quieras, pero María ya se lo chinga y todo.

    – Ajá… te va a contar a ti qué tal la plancha el cabrón, ¿no? –dice Pánfilo. La postura rígida le estampa la silueta. Sabe que es verdad.

 

***

Ojalá Pánfilo dejara de cogerse a Lupe porque ya no puede creer que sea María, pero en realidad la ve más María que nunca: una que ya no grita como niña desvirgada, sino como una de cuarentaitantos.

    La María que Pánfilo ve va atrás y adelante, atrás y adelante. Azota las nalgas contra su pelvis. Quiere descansar un poquito, se contonea en cuatro sacudiéndole la verga y vuelve a chocar contra su pelvis.

    La carne suena dulce, como la porno que se vive.

    Mientras más se aleja la María de ese momento con cada embestida, más fuerte grita. El pito alarga y achica el cuello, sin asomar la cabeza.

    La María se aleja quince centímetros, vuelve, y gime. Se aleja veinte centímetros, vuelve y gime más fuerte. Se aleja treinta centímetros y vuelve. Cada vez jadea más rápido. Después, solo grita y grita. No hay un solo momento en que parezca que llorará, como le pasaba a la chiquita Lupe.

    La María que Pánfilo imagina nunca se dejará vencer. Si la haces gozar, debes ser chingón, sentirte muy hombre y tener un pito donde una conchita recorra treintaidós centímetros en viaje redondo de hora y media.

    Por poco Pánfilo llega a sentirse muy hombre, pero una idea le da un bajón: el pito que ve no puede ser suyo. Es un pito más largo y grueso. Pitón pitolononón el que le mete a la María que tiene enfrente. Ni en sueños hubiera querido verlo así. No le gustan ese tipo de fantasías tratándose de ella.

    Tras el pito está un pecho ancho, moreno y velludo. La voz que cavernea una vez entre cada diez gritos de la María no es… jamás será de Pánfilo... ¡Es la voz del cabrón Zeus! ¡Su voz de tronadera! ¡Y su pito es capaz de violar a cualquiera sin que los dos estén en el mismo cuarto!

    Ni ese es su pitote, ni esa su María. En vez de sacarle la garrocha, Pánfilo solo puede atestiguar la espectacular cogida.

    Zeus arraigó tan hondo en el pensamiento de Pánfilo que ya ni con Lupe se le para. La última vez casi le parte la madre. Si en esas iban a estar, mejor las putas dan mamazo y aguantan el chingadazo. Una opción para el desahogo sin rasgos que conduzcan su mente de vuelta a las dos hermanas.

    Uno sabe que empezará una nueva vida al armarse de valor con sales para baño en un recién hallado bar a las tres de la mañana.

    Pánfilo ya puede cogerse cualquier puta de las que esperan en la esquina, aun cuando hacía apenas hora y media juró haber visto cómo se le asomó la verga a una de ellas.

    Escoge la güera, para asegurarse que no la confundirá con alguna de las hermanas si le cae el cabello por la espalda. En algún momento da un codazo al espejo del baño, agarra un trozo e intenta cortar la melena a la puta, nada más para estar seguro.

    Se reparten con justicia caladas, mamadas, cachetadas, cortadas, chingadazos y dedazos. Después, el cuerpo de Pánfilo quema por dentro y por fuera.

    Pánfilo despierta después de un rato. Despertar es un decir, porque no recuerda haber dormido. Solo Dios sabe dónde está ahora. Se abraza las piernas y todo da vueltas. No recuerda cuándo empezó a llorar, pero sabe por qué lo hace. La resaca de muchas cosas hace que quiera morir. Primero desea que lo maten, luego piensa que, total, puede hacerlo solo. Luego ve que quisiera seguir viviendo, pero todo en él duele.

    Tres días después un médico en el IMSS dice a Pánfilo que, en una de esas, ya hasta agarró la sífilis.

 

***

En el IMSS, Pánfilo oye que alguien dice Zeus, como poniéndolo en duda, y otro contesta que sí, que su mamá le puso así porque hasta ella había sentido como si la violaran desde el útero. Desde entonces ya se veía que iba a coger como un pinche dios.

    Tras media hora de escuchar pláticas entre camillas desde lejos y sin que lo vean, Pánfilo descubre que Zeus no va a pasar Año Nuevo con la familia, y que su mano de chaquetero se repondrá del esguince dentro de una semana, justo a tiempo para perderse las fiestas y ver si por allí topaba una nalguita.                  

 

***

Ahora sí no hay remedio. Al salir de casa de las hermanas, Pánfilo topa a María. Por primera  vez en casi un año se ven de frente, y frente a la casa en la cual debieron verse más veces.

    La expresión de María al saludar a Pánfilo dice que lo ve normal, con ropa limpia, bañado y rasurado. Ni siquiera se da cuenta de que perdió peso. Solo sabe que es él porque, si sale de su casa, no puede ser otra persona. De haberse encontrado en cualquier otra parte, ni lo hubiera reconocido.

    María solo dice “hola” y entra en la casa. Y eso es todo cuanto Pánfilo necesita. Ya no la perderá de vista.

    Sentado en una esquina, Pánfilo no aparta los ojos de la casa. Ahora come y duerme mucho menos. A veces no se da cuenta de que tiene hambre o frío. Hace ya tiempo no siente ganas de cagar o mear. Solo por el olor descubre que se hizo encima.

    Pánfilo no cree haber parpadeado desde que la imagen de María empezó a borrarse mientras cerraba la puerta. No siente que haya pasado el tiempo cuando un coche se estaciona frente a la casa. Aparece Zeus, y es el Zeus que había imaginado. Quizá Pánfilo no lo imaginó tal cual lo ve ahora. Quizá lo que tiene enfrente se sobrepone en sus recuerdos. Aunque también puede ser que ahora no esté viendo al Zeus de a de veras porque se le sobrepone la imagen que había inventado para él. Como sea, allí está, toca el timbre, Lupe abre y la muy puta lo saluda de beso antes de dejarlo entrar. Pánfilo los ve hasta que se cierra la puerta de nuevo. En efecto, ya no hay remedio.

    Pánfilo espera cuatro horas para que se haga de noche y asegurarse de que el cabrón Zeus se quedará allí hasta mañana, pero es como si ya supiera esto y muchas otras cosas que van a pasar. Casi no se da cuenta de lo que hace en el momento en que lo hace.

    La puerta de entrada es una lámina delgada, y cede con un empujón que no hace mucho ruido. Las luces en la planta baja están apagadas.

    Primero, Pánfilo va con Lupe. Con la luz encendida en su cuarto y sin estar tumbada en cama con un pendejo, tiene más posibilidades de darse cuenta a tiempo de lo que pasa y estorbar.

    Este mismo día Lupe empezó a considerar el desequilibrio mental de Pánfilo. Quizá debería alejarse de él, pero la traicionan los hábitos de las últimas semanas. La puerta de la recámara se abre con la naturalidad propia de quien vive en tu casa y puede entrar donde quiera si no está echado el pestillo. Ella lo descubre. Como si hubiera estado esperándolo, se quita los auriculares y se levanta de la cama. Pánfilo se acerca, ella entiende e intenta gritar cuando una bofetada la deja tumbada bocabajo en el piso. Él alcanza un tubo de metal lleno con lápices para darle el tiro de gracia. Pánfilo no cree haberla matado, pero tampoco importa. Va al cuarto de María mientras piensa que debió visitarlo más veces.

    Pánfilo recapacita. “Mejor no. Viéndolo bien, eso hubiera sido más tentador. Quién sabe si me hubiera podido controlar tanto tiempo sin hacer nada”.

    Por algún motivo Pánfilo casi no escuchó los gritos de María desde que salió del cuarto de Lupe, pero abre la puerta a tiempo para oír el gemido que, hasta entonces, creyó haber inventado para Zeus.       

    Todo en este cuarto ocurre como había hecho en la imaginación de Pánfilo, y así justifica cuanto pasará: solo es algo más alcanzado por el largo brazo de la fantasía.

    María está en cuatro al mostrar el rostro a Zeus, como Pánfilo había soñado. Después lo descubre y grita.

    No sé qué dice Pánfilo, qué pregunta Zeus o qué contesta María. Todo encaja en un mismo discurso sobre nuevos comienzos, el fin del milenio y otras y nuevas vidas.

    La plática dura lo que el sobresalto de la pareja en la cama. Pánfilo advierte a Zeus que no se mueva, y Zeus se mueve cuando cree que Pánfilo olvidó la advertencia. Pánfilo agarra la lámpara en la mesita de noche y se la estrella en la cabeza. Zeus rueda del borde de la cama enredado con las sábanas. Entre el suelo y la cabeza, apenas se ve una mancha oscura expandiéndose lentamente sobre trozos de cristal.

    María grita y gatea un poco fuera de la cama. Pánfilo se pone sobre ella y sigue hablando sobre renovación, amor, de que nadie es culpable por nada, ni debe pedir perdón.

    Pánfilo aprieta cada vez más el cuello de María. A medida que su discurso se acerca a una conclusión, estrella su cabeza contra el piso, cada vez con más fuerza.

    María deja de oír y de respirar cuando Pánfilo empieza a hablar sobre la vida perdida de ambos durante los dos años que estuvieron juntos y sin sexo, de lo poco fructífero al tratar de fingir con Lupe, de la sífilis, y del gran alivio que sentiría si le metiera el pito aquí mismo, porque ve la vida a contrarreloj.

    María lleva un rato muerta cuando Pánfilo termina de desahogarse. Hay mucha paz y él se siente muy bien. Casi tan bien como había imaginado que sería venirse dentro de ella. Casi, pero no.

    Hace unas horas, contemplando todas las posibilidades, durante un momento fugaz, por la cabeza de Pánfilo pasó la idea de que quizá hubiera oportunidad de tomar a María así, pero no volvió a pensarlo. Solo hasta este momento recuerda que se le había ocurrido, y le parece buena idea.

    A Pánfilo se le para y duele. Baja sus pantalones hasta las rodillas. Ahora María es más dócil. Recuerda que Lupe debe seguir en la otra habitación. La pone de costado igual que a una tabla. Se la mete y se la saca. El fuego que sube y baja por su pito se apacigua con la carne fría, y es muy dulce.

    ‘Qué alivio’.

    Pánfilo jadea y gime como sabe que jamás hizo con Lupe, y no recuerda haber conseguido con la puta güera de la sífilis. Se viene y grita. Todo el cuerpo le duele y quema. Siente que lleva allí un año y no recuerda haber estado mejor en la vida.

    Cansado, Pánfilo deja de jadear, pero sigue oyendo gemidos lejanos. No… sollozos quedos, muy cerca. Zeus sigue en el piso, con la cabeza ladeada sobre el charco de sangre, sin moverse más que para moquear y parpadear, viendo directo a María y Pánfilo desde hacía unos minutos, cuando había despertado.

    Sentado, sonriendo, con semen y sangre secándosele entre las piernas, Pánfilo descubre que aún se le puede parar, y ve llorar a Zeus hasta que se duerme o se desmaya. La cortina que cubre la ventana se tiñe de azul, y después de amarillo.

    Pánfilo se viste envuelto por el olor de la orina, el sudor y la mierda. Todo duele igual que siempre, pero ahora es feliz porque puede ver la muerte que lleva dentro, respirar hondo el aire de la mañana al salir a la calle, y ver que eso es bueno: que a uno puede llenarlo de vida repartir muerte con las manos, hasta donde llevaran los amoríos tipo Lupe, las putas, y las que gritan como señora de cuarentaitantos.

    La muerte persigue a Pánfilo y no hay remedio, pero eso no lo llena de desesperación como hacía poco. Ahora ayudará a la muerte a repartir muerte. Solo así será más llevadera.