Ojeando, espero a que vuelva una empleada de la
librería. Llega una mujer perteneciente a la clase alta de Coyoacán que algunos
considerarían estereotipada: más joven de lo que aparenta –como resultado
fallido de seguir bella por más tiempo–, y selección involuntaria de ropa para
una prostituta. Sus dos hijos, niño y niña de unos diez años.
“Empezarán
a involucrarse en la literatura. Todos siempre han dicho que eso ayuda a hacer
buenos seres humanos: ciudadanos con conciencia y, además, muy listos.
¡Empiecen desde temprano! Escojan el libro que voy a comprar a cada uno”.
Pide
asistencia al empleado inepto que no me fue de ayuda hacía unos minutos. Juntos,
recorren pasillos entre mesas. La niña, una alegre cualquiera, va y viene con
novelas infantiles. Al volver de cada expedición, entrega a su madre los
candidatos para irse a casa.
“¿Cuál es
el primer libro en la saga de Harry Potter?”, pregunta Niña Alegre. A medida
que se prolonga el silencio, se concretiza la imagen de Empleado Inepto con la
mirada vacía e hilillo de saliva. Sin levantar la mirada de lo que, espero, se
vuelva pornografía en algún momento: “La piedra filosofal”. Todos me miran un
segundo. “¡Ande, busque eso!”. Empleado busca hasta por debajo de las piedras
que no son filosofales, seguro de que le piden un ejemplar imposible de hallar;
que deberá mandar a la familia a otra sucursal, al otro lado del mundo. Sin
motivo, despego la vista de mi lectura, unos cuarenta y cinco grados, y allí
está. Lo doy a la madre sin esperar un gracias que no llega.
El niño despierta
mi interés desde el principio. Pequeño, como se espera que sigan siendo todos
los niños a esa edad, sin importar los cambios generacionales. Cabello negro
corto peinado con la raya en un costado, como siempre se ha esperado ver a los
niños; como también me vi a su edad. Bien vestido, justo en el modo en que
quería su madre; como fuimos, somos o seremos muchos de nosotros. Con una
postura más recta que cuando se está de pie en una ceremonia, la convicción del
niño apuntaba aún más alto que su estatura. Mirada inquisitiva y juzgadora que
envidiarían a un tiempo el crítico de arte y el investigador en la escena del
crimen. Las manos cruzadas al frente y los pies juntos a cada paso medido. El
mundo estaba para que él lo juzgara. Era capaz de mirar desde arriba, aun si
debía alzar el cuello para encarar a un adulto. Poseedor de un buen argumento
al hablar, y aun más si lo guardaba para sí. Sin caer en la resignación que
amarga la vida, sobrellevaba con dignidad y fortaleza el inevitable y tedioso
momento de calidad con mamá y hermana, de modo que la mayor parte de la
humanidad lo envidiaría. Ojalá hubiera habido más de ese niño en mí a su edad.
Cinco
novelas candidatas de Niña Alegre descansan ya en manos de Mamá. La voz queda
del niño denota paciencia que hace tiempo venció a la resignación y al
cansancio a golpes de experiencia.
“¿Dónde
están los cómics de The Walking Dead?”.
Quiero
decirle “Bien, cabrón”.
“¡Te
advertí que ibas a empezar a leer libros de verdad!”. Refiriéndose a La
guerra y la paz o más gruesos, Esquivel, Mastretta y asociados.
Niño es
cortés y deja que Mamá exponga su argumento antes de volverse hacia Empleado:
“The Walking Dead, por favor”.
Inepto da
dos pasos como Igor y se frena con la misma actitud…
“¡No se
le ocurra darle historietas al niño!”.
“Mamá,
uno no debería arriesgarse a odiar la literatura debido a una mala experiencia
al acercársele por primera vez. Puedo buscar un libro que discretamente aborde
un tema que me interese; un tema como, no sé… aquel sobre el cual he estado
hablando desde el principio, por ejemplo. Adentrarse en los libros a través de
historias grandiosas, ¿qué te parece?”.
Me
contengo para no estirar el pulgar hacia arriba en dirección a Niño, y finjo seguir
inmerso en mi lectura. Empleado voltea a ver a Mamá, comenzando a dar señas de
comprender lo que Niño está tratando de decir.
“No se le
ocurra…”, y se da la vuelta.
Empleado
Inepto escarba entre literatura infantil y juvenil sin que nadie allí esté
seguro de lo que espera hallar de inmediato y sin mayores complicaciones. Es
algo en lo que puedo ayudarlo, del modo en que él no pudo/quiso hacer conmigo.
¿Por qué no? Me acerco.
“Viejo,
la dama quiere que el niño lea algo más que cómics, el niño prefiere a los
zombis por sobre cualquier otro tópico literario. ¿Por qué ambos no han de
obtener lo que quieren? ¡Lo mejor de dos mundos! Robert Kirkman no solo hizo
cómics. Hay traducciones al español de, por lo menos, dos de sus novelas
ambientadas en el universo de The Walking Dead, sin ilustraciones ni globos de
diálogo. ¿Qué tal si vas a buscarlas?”.
“Mamá
dijo ‘nada de The Walking Dead’”, repone tras echar un vistazo a su ama
temporal, para luego encorvarse otro poco y seguir su búsqueda de nada,
arrastrando un pie al andar.
Justo
entiendo que solo el libro en mis manos es asunto mío cuando me vuelvo hacia la
presencia que, de manera extrasensorial, hace notar que me mira desde abajo.
“¿En
serio hay un modo para que yo lea lo que quiera?”. Muy bien pudo cambiar la
pregunta por “¿podría ser feliz, aquí y ahora?”, “¿alguien (encima, ¡un
adulto!) está de acuerdo con un niño?” o incluso por “¿hoy podría tener la
satisfacción de no tener que escuchar a mamá del todo?”.
Mamá,
Niña Alegre, Empleado Inepto y Niño me miran. Contesto sin saber cómo convencer
a todo el panorama multigeneracional.
Pues sí.
Pese a la opinión pública o académica, los cómics son literatura. Más aún:
algunos estarían de acuerdo en que la relación entre texto e ilustraciones
generada en las viñetas cubre los requerimientos propios de los libros que
suelen recomendarse para neófitos de la lectura (los cuales, por supuesto,
incluyen a la literatura infantil).
Claro que
el cómic puede ir más allá de los temas infantiles, y la línea que divide las
edades adecuadas para cada lectura se desvanece.
La
diversión del momento hace que un niño explore con discreción algún tema hasta
entonces desconocido, de modo que apenas reconoce un atisbo de tedio durante el
proceso. Del mismo modo, el adulto lee cierto tipo de obras del cómic para, sin
esfuerzo, mantener vivo en él al niño que leyó una por primera vez.
Además,
si –como muchos padres temen– los cómics violentos que el niño quiere
leer llegan a afectarlo y resulta que, por empaparse con The Walking Dead, éste
termina asesinando zombis como consecuencia de la mala influencia, tomando en
cuenta la desastrosa situación en la cual se encontraría el mundo con semejante
panorama, espero entiendan que matar zombis no sería enteramente su culpa, más
de lo que sería su deber.
Dejen que
el niño hoy lea sobre zombis, mañana leerá Orgullo prejuicio y zombis, y
al final solo será Orgullo y prejuicio.
Silencio
hasta que Niño me señala como a la defensa irrefutable de su argumento:
“El señor
es un experto, mamá”.
¡“Señor”?
Es por el sombrero, ¿verdad?
No sé si
volver a mi lectura o ver qué más ocurre, cuando la empleada que espero se
planta frente a mí para entregar aquello para lo que vine en primer lugar.
Empiezo a
caminar para dejar atrás a Madre, quien vuelve a gritar a Inepto. De inmediato,
la misma presencia de hacía un momento, esta vez, siguiéndome.
“¿Qué
debo hacer ahora?” dice a su última esperanza, quien se dirige hacia la salida.
“Tu mamá
está empeñada en que no leas The Walking Dead y nadie mas que yo te apoya… pero
hay muchas otras historias de zombis, tan buenas, o incluso mejores. Tuvimos
que descartar las benditas historietas. Hay una gran posibilidad de que el
único modo de salir bien parado de esto sea acudir al gran enemigo: los libros
sin dibujos. No temas, que tiene remedio. Debo irme, pero éste es mi último
consejo: pregunta a los (hago un muy discreto énfasis) otros empleados, los que
llevan camisas azules. Diles que buscas historias sobre zombis. Puede que no
tengan dibujos, pero puedes elegir algún libro que no sea tan grueso. Ve en la
parte de atrás de cada uno, donde te dicen de qué va la historia que cuenta. La
ventaja con los zombis es que casi nunca fallan: aventura, sangre, balas y
sesos garantizados”.
De
regreso hacia la salida, doy la espalda a Niño, dejándolo a mi imaginación,
asiendo por la camisa al pobre empelado que tiene más cerca:
“¡Dónde
están los libros de zombis?”.
Salgo más
feliz que cuando entré.
¿Un
llamado? Ya algunos me lo han dicho.
Excelente relato muy divertido.
ResponderEliminarMuchas muchas gracias.
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